Almas de cristal, cuento delicado
La exquisita factura de Eva, opera prima de Kike Maíllo, funciona, al mismo tiempo, como su principal reclamo y como su peor enemigo: sorprende que un cineasta español debutante haya sido capaz de dibujar una sociedad futura verosímil, de aires retro, definida en la aparente convivencia entre humanos y artefactos robóticos. Pero, al mismo tiempo, esa competencia formal, esa buena escritura parece condenar a la película a ocupar un limbo en el que no merece estar: el de ese nuevo cine español que parece creer más en la apariencia del buen producto que en la articulación de discursos arriesgados y personales.
Eva formula un discurso universal, pero no habla en la lengua franca de ese mercado globalizado, sino que construye algo parecido a una poética propia: la sombra de A. I. Inteligencia Artificial (2001) planea sobre el relato -al igual que otros referentes más inesperados: Eva también congela la tensión del ménage à trois de Jules et Jim (1962) y los coros de su banda sonora remiten, a ratos, al Tim Burton más poético, el de Eduardo Manostijeras (1990)-, pero Maíllo, asumiendo no pocos riesgos, no ha hecho una película derivativa, sino que ha dado forma, junto a su equipo de guionistas -en el que sorprende encontrar al dramaturgo Sergi Belbel-, a un delicado cuento de ciencia ficción humanista, con ecos de Ray Bradbury, que encierra más capas de significado de las que explícitamente desvela.
EVA
Dirección: Kike Maíllo.
Intérpretes: Daniel Bruhl, Marta Etura, Alberto Amman, Claudia Vega, Lluís Homar, Anne Canovas. Género: ciencia ficción. España, 2011.
Duración: 100 minutos.
Sin subrayar su condición de antiutopía enmascarada de cuento, Eva describe un universo solipsista donde el robot funciona como prótesis emocional de una humanidad encerrada en sí misma. No es una película fácil, ni complaciente: más allá de su apariencia de ejercicio deslumbrante del primer alumno de la clase, Eva tiene personalidad y carga turbadora.
Babelia
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