Al servicio del ídolo

He aquí cómo fabricar un digno producto al servicio de una estrella juvenil, en este caso Taylor Lautner, el hombre lobo de Crepúsculo, protagonista absoluto de Sin salida. Se busca un guion distante en género y estilo a la saga que le convirtió en ídolo: y ahí entra el hasta ahora cortometrajista Shawn Christensen con un libreto hitchcockiano, de intriga moderna, con sus espías, su macguffin (el mítico microchip ha pasado a ser un listado criptográfico en un móvil con información confidencial), sus persecuciones y un ligero toque de angustia adolescente (¿dónde está mi lugar en el mundo; quién soy realmente?).

Se contrata a un director con experiencia, pero a la baja, que pretenda recuperar prestigio (y dinero) con una película de masas: y llega John Singleton, seis años sin hacer películas, 16 sin lograr un éxito, otrora aspirante a la cúspide afroamericana de Spike Lee, que convierte el guion en un ejemplo de buen ritmo, apoyado además en la espectacularidad de los escenarios. Se acompaña al chico de una partenaire que en modo alguno logre hacerle sombra entre la exigente platea de fanáticos: ¿hay alguien con menos carisma y de rostro más antipático entre las jóvenes actrices estadounidenses que Lily Collins? Y, finalmente, se rodea a la estrella de una corte de secundarios adultos de peso: Alfred Molina, Maria Bello, Jason Isaacs...

Y aunque sea cierto que al guion se le notan ciertos trucos, que la verosimilitud de la mecha que enciende la acción es dudosa ("mis amigos los verosímiles", llamaba despectivamente Alfred Hitchcock a ciertos críticos), y que Lautner aún está muy limitado como actor, en este caso hay que dar un paso a un lado y desterrar los prejuicios iniciales. Sin salida es puro entretenimiento para espectadores de centro comercial, un escalón por encima de la media. Entre los productores figura un tal Dan Lautner, padre de Taylor Lautner, hasta ahora alejado del negocio cinematográfico. Sea él quien decide, sea su hijo, así se maneja una carrera.