Macrotemplo para el microchip
La nave Boetticher se convierte en La Catedral de la Nuevas Tecnologías. De pesado pabellón industrial a centro de innovación. La historia de la antigua fábrica incluye un falso mito: no es obra de Torroja
Los 500 empleados de Boetticher y Navarro no se referían a la Almudena cuando decían "la Catedral", sino a la fundición alargada que presidía los terrenos de esta empresa de ingeniería en Villaverde. Fue construida en los cincuenta como una catedral de hormigón de tres naves; la central, un espacio diáfano con una bóveda de cañón rebajada que se apoya en las naves laterales, más bajitas, que sirven de contrafuertes.
Pronto la nave Boetticher volverá a tener trajín en sus tripas. En vez de gigantescas turbinas y monumentales válvulas la ocuparán diminutos microchips y ligerísimas realidades virtuales. La nueva industria no pesa.
La nave conservará el viejo apodo, transmutado en La Catedral de las Nuevas Tecnologías, un centro municipal largamente prometido con espacio para ferias y congresos, oficinas para innovadores, exposiciones y un lugar para la difusión de la llamada sociedad del conocimiento. ¿Cómo se transforma una nave de industria pesada, tan siglo XX, en un templo de tecnofilia? "Nuestra apuesta fue no construir nada dentro", dicen Joaquín Lizasoain y José María Churtichaga, los arquitectos que ganaron el concurso para remodelarla. "Propusimos una plaza flexible, un gran vacío: no queríamos hacer nada para poder hacerlo todo".
El espacio es enorme (140 metros de largo, 40 de ancho y 20 de alto), "de esos que ya no quedan en Madrid". El reto: que el monstruo no quede desangelado. "El quid era conservar su crudeza pero crear un lugar agradable", dice Churtichaga. "Respetamos sus arrugas y sus cicatrices, pero los muebles le darán alegría y los chispazos de color la cargan de energía". Se pueden ver en la colorista celosía vertical que rodea el inmueble -y que los arquitectos llaman "los pelos"- y en los espectaculares lucernarios. Delante de la nave han construido una torre de oficinas diáfanas que sirve "de faro", ese que se supone llevará al degradado barrio de Villaverde a buen puerto tecnológico.
Desde que Boetticher quebró en 1992 la nave sufrió largos años de abandono. Fue grafiteada, usada como refugio por mendigos y convertida en campo de voleibol a los inmigrantes ecuatorianos. "Era un dinosaurio varado y moribundo cuando llegamos", cuentan los arquitectos. Pero un dinosaurio protegido por Patrimonio, entre otras cosas porque siempre se atribuyó a Eduardo Torroja, el ingeniero detrás de la hermosísima cubierta del Hipódromo. Se llegó a conocer como la Nave Torroja y la Catedral de Torroja, pero su autor fue un tal Manuel Cámara Muñoz. Así lo confirmó el CSIC en un estudio encargado durante la remodelación. "Cualquiera lo vería, estructuralmente es muy basta, no es atlética, no tiene ese sello Torroja", explican los arquitectos. "Aun así creemos que había que conservarla, forma parte de la memoria colectiva".
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