El torito bueno
En la revista Estampa del 27 de junio de 1936 se publicaba en portada una fotografía de un grupo de mujeres rodeando a una niñita, que llorosa decía adiós con la mano. Bajo esta imagen había un titular que rezaba: "La niña que domesticó al toro Civilón lo ve partir hacia la muerte". Así empezaba el periodista Javier Sánchez-Ocaña el primero de los dos reportajes que le dedicó a este tema; y en el que narraba el viaje de un toro de lidia, desde una dehesa salmantina hasta Barcelona.
Quien despedía desconsoladamente a Civilón era Carmelita Cobaleda, la hija de siete años del ganadero Juan Cobaleda. Poco antes, mientras curaban al animal de una herida, la niña le había llamado por su nombre. De forma espontánea, el astado se había arrimado a ella y se había dejado acariciar. En pocos días, Carmelita, sus tres hermanitos y varios adultos jugaban con el toro. La cosa comenzó a divulgarse y acaparó las páginas de la prensa de la época. Pero llegó el día de llevar a la res hasta la plaza, y el señor Cobaleda la vendió para ser lidiada en la Monumental.
Aquí empieza la segunda parte de esta tragedia bovina. Inmediatamente, la prensa presentó a Civilón como un animal doméstico. Y antes incluso de llegar al coso, ya había quien pedía su indulto. Con gran ojo publicitario, el empresario Pedro Balañà organizó una corrida con los diestros Chicuelo, Rafaelillo y El Estudiante. Y durante una semana, miles de barceloneses fueron a acariciar al toro manso y a retratarse con él. Se organizaron conferencias y mítines; y grupos de señoras se entrevistaron con las autoridades para impedir la muerte del famoso cornúpeta. Incluso el escultor Florencio Cuairán se metió en los corrales y le hizo una estatua, que el día de la corrida fue sorteada entre los espectadores.
Aquel 28 de junio, la plaza barcelonesa registró un lleno histórico. Por todas partes se veían pancartas como: "Barceloneses, pedid el indulto de Civilón" o "Estudiante, tú eres bueno, no mates a Civilón". Las mujeres insultaban a los toreros, mientras los hombres bromeaban sobre la docilidad de la fiera y pedían su muerte. De esta manera, se llegó al quinto bravo y Civilón fue recibido con una ovación de gala. El Estudiante le dio unos capotazos que levantaron aplausos, pero al salir los picadores la bronca se generalizó. El toro embistió el caballo del picador, y éste le hundió la puya. Con la sangre, las peticiones de indulto se acrecentaron hasta obligar a la presidencia a sacar el pañuelo verde. Desde la barrera, el ganadero Cobaleda llamó al toro por su nombre, y éste acudió mansamente hacia el corral. Al día siguiente, la prensa pedía que fuera lidiado de nuevo, calificando de charlotada lo sucedido aquel domingo en la Monumental. Pero no fue posible, pues días después estallaba la Guerra Civil.
La derecha motejó al presidente Casares Quiroga con el apodo de Civilón, que fue insulto corriente entre los combatientes en los primeros compases del conflicto. Como los personajes de leyenda hay varias versiones sobre su muerte. Algunos dicen que murió en los corrales de la plaza, otros que Cobaleda volvió a comprarlo y acabó en su dehesa salmantina. Aunque la más fiable es la que asegura que fue convertido en filetes y consumido por los milicianos. Tras la guerra, bautizó al primer personaje popular de dibujos animados hechos en Barcelona por Josep Escobar, autor también de Zipi y Zape, y de Carpanta. Cossío le incluyó en su enciclopedia y décadas después su nombre aparece en la Wikipedia alemana, como un bóvido al que salvaron los amantes de los animales. Esta es la historia sin moraleja de un torito bueno, al que indultaron para acabar en la olla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.