"No tengo deudas con el cine"
Delante de la cueva del león, frente a un campo de cebollas y con el sol africano a lo lejos, en la región de Sangha, en Malí, alejado de teatralidades y focos, Miquel Barceló ha dicho adiós a la perfomance Paso Doble, que realiza en directo con el bailarín y coreógrafo Josef Nadj con un gran bloque de arcilla moldeable. Y lo ha hecho delante de la cámara de Isaki Lacuesta en el documental El cuaderno de barro, que ayer se presentó en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián y que, junto al filme Los pasos dobles, conforman la aportación del artista al mundo del cine.
No es la primera vez que deja entrar cámaras durante su proceso de creación -lo hizo con su intervención en grandes obras como la catedral de Palma o la cúpula del edificio de la ONU en Ginebra-, pero esta vez lo ha hecho durante sus trabajos en solitario. "Trabajo siempre solo, sin cámaras, ni nadie delante", asegura el pintor nacido en Mallorca en 1957. "No soy un actor de cine. Un documental montado por un cineasta de por sí hace actuar a los que intervienen, pero yo he evitado actuar. Fue la condición que le puse a Isaki: que yo iba a hacer exactamente lo mismo que haría si él no estuviera delante. Y así fue. No fue fácil, porque me tuve que concentrar mucho para no distraerme, y más con esa cámara enorme que usaba Isaki, que era como un arma de ultimísima generación. No tengo deudas pendientes con el cine como muchos otros pintores de mi generación", se defiende.
Dos películas de Isaki Lacuesta se centran en el pintor mallorquín
El origen de Paso Doble está en Malí, el país en el que vive largas temporadas Barceló desde hace 20 años, y este regreso se lo planteó como una manera de devolver esta performance a su tierra. Dice que después de tantas representaciones por todo el mundo nunca se encontró con un público más puro que el de Sangha. Fue al atardecer, utilizando la puesta de sol como compás de la representación en directo, sabiendo que cuando el sol llega a la rama del árbol había que ir terminando. "Fue muy bonito, con las últimas horas solares. Es un pueblo que no ha visto nunca ni siquiera un televisor, yo calculo que un 98% de la gente no ha visto televisión, ni tampoco imágenes en movimiento, alguna fotografía y poco más. No es el África urbana, es el África más profunda, donde todavía todo es oral y donde cada uno de ellos sabe trabajar la arcilla. Ellos utilizan la arcilla como nosotros la cal en el Mediterráneo. Dan capas de arcilla a sus casas para protegerlas del derrumbe en la época de lluvias. Todo se hace con la mano. Todos los gestos que yo utilizo en Paso Doble los aprendí ahí. Ellos saben lo que significa dar un puñetazo sobre la arcilla".
Algo muy vital encuentra Barceló en Malí, a pesar del polvo, los mosquitos, las termitas y ocasionalmente las serpientes y los escorpiones. Y las diarreas y el cólera. En un momento creyó que ya no necesitaría volver más, pero se equivocó. "Mi vida allí empieza de cero, hago tabla rasa cada vez que voy. Pensaba que no me haría falta volver, pero pasa un tiempo y lo necesito. Hay algo que sirve allí a mi vida y mi trabajo". Un trabajo centrado en sus manos y no en su cabeza. "Siempre he dicho que los cuadros generan ideas y no que las ideas generan pinturas, es decir, intento conseguir que las obras generen pensamiento. Es como cuando se hace el amor en las películas, que se fuma antes y después pero no durante. Igual en la pintura y el arte. Hay que pensar antes y después pero no durante el momento de la creación, porque a veces el pensamiento paraliza". Solo hay una cosa para la que el pintor español vivo más cotizado en el mercado no quiere tener respuesta y es precisamente qué influencia tiene eso en su obra. "Ninguna influencia, ninguna, ninguna...", dice mientras baja en el ascensor camino de su estreno de cine.
Babelia
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