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Columna
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Los buitres y la democracia

La sociedad libia está amenazada por el neocolonialismo y por sus propios conflictos internos

Sami Naïr

La intervención de la OTAN ha cambiado los parámetros de la sublevación popular en Libia. La desproporción de las relaciones de fuerzas en lucha hacía que el tirano libio pudiera aniquilar radicalmente la insurrección, pues disponía de las armas y no dudaba en utilizar las crueldades, las más bárbaras, para ello. Por su parte, Francia había visto sus intereses dañados tanto en Túnez como en Egipto por no haber sabido analizar el significado de la revolución y, por lo tanto, hasta el último momento, haber apoyado a los dictadores de ambos países. Cuando ocurrió el estallido libio, Francia, para no perder una tercera oportunidad, se puso al lado de los insurgentes de Bengasi. Bombardeó, con Reino Unido, el avance de las tropas de Gadafi e hizo adoptar por la ONU la resolución 1973 para legitimar, en nombre de la protección de poblaciones civiles, la intervención.

La ONU autorizó solo la guerra aérea prohibiendo la presencia de tropas en el terreno. Pero Gadafi resistió; los insurgentes no podían vencerlo. De ahí una evolución de la batalla que desembocó en la intervención terrestre indirecta con asesores militares extranjeros, que permitieron al Ejército insurgente ganar la batalla de Trípoli.

Vencido el tirano, Libia se enfrenta por lo menos a dos problemas graves: el riesgo del caos por ausencia de legitimidad del nuevo poder y la caída probable en una nueva forma de neocolonialismo por parte de las potencias occidentales. El primer problema no se puede solucionar rápidamente. Libia es una creación de la ONU basada en un compromiso entre las diversas tribus del país. La dictadura de Gadafi fortaleció durante cuarenta años este tribalismo en vez de hacerlo desaparecer. La nación ciudadana queda por construirse democráticamente. No hay acuerdo sobre si vale mejor un sistema homogéneo o una federación, un sistema presidencialista o parlamentario. Por otra parte, podemos asistir a unos ajustes de cuentas entre las diversas fuerzas tribales. El caos no es una hipótesis abstracta.

El segundo problema es aun más peligroso. La competición entre las grandes potencias que se involucraron en la contienda puede transformarse en un nuevo neocolonialismo. Brasil, Rusia y China son ya los grandes países perdedores por haber apoyado hasta el último momento al régimen de Gadafi. Está claro que la ayuda para la reconstrucción del país va a beneficiar a Francia, Reino Unido, Italia y EE UU. Están, tal y como se ha visto en la reciente Conferencia celebrada en París, consiguiendo los principales contratos comerciales y una posición preferente en la explotación de los recursos petrolíferos libios (reserva estimada en 46.000 millones de barriles, la más importante de África). En las próximas semanas veremos acudir a la francesa Total y a la inglesa Shell como si estuviesen hambrientas.

Esta situación augura un mal porvenir. Si el fin tan deseado de las tiranías y dictaduras debe desembocar en regímenes rehenes de las potencias exteriores, sería una catástrofe para todo el proceso de la revolución democrática árabe. Y podemos contar con la propaganda de las dictaduras todavía vigentes para poner de relieve el asunto. Además, en el caso libio, el islamismo integrista ha jugado un papel importante en la lucha contra Gadafi. Está ahora escondido en todos los rincones del país. Se aprovechará de la democracia para presentarse como un polo de resistencia frente a una nueva dominación neocolonial occidental.

La única manera de evitar esta nefasta conclusión es otorgar un papel clave a la ONU. Pues ni los ejércitos de los países extranjeros ni la OTAN representan a la comunidad internacional. La ONU dispone de los medios para actuar como fuerza de orden y de interposición. Y lo puede hacer, pues las nuevas autoridades no tienen legitimidad legal; por lo tanto deben aceptar que todo el proceso de transición fuera organizado bajo vigilancia de la ONU.

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Pero el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas propone solo una misión de expertos para tres meses cuando el proceso de transición está previsto para casi ¡dos años! Y eso después de la adopción de la nueva Constitución dentro de ¡ocho meses! Dicho de otra manera, la decisión de la ONU no está a la altura de la situación.

La sociedad libia está ahora claramente amenazada tanto por los buitres neocoloniales como por sus propios conflictos internos. La presencia de tropas extranjeras que no sean de Naciones Unidas puede generar un fuerte rechazo. Al fin y al cabo, debilitará el impacto de la revolución democrática árabe.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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