El dedo en el ojo propio
José Mourinho no ignora a estas alturas que cuando agredió a Tito Vilanova, segundo entrenador del Barcelona, estaba metiéndose un dedo en el ojo propio. Eso no importaría tanto si no fuera porque, sobre todo, estaba metiéndole un dedo en el ojo
al prestigio delReal Madrid.
El entrenador del club blanco perpetró esa acción en los últimos minutos de un partido espléndido, en el que el fútbol de su equipo, enfrentado al campeón de Europa, el Fútbol Club Barcelona, fue una lección soberbia de eficacia en la organización del juego.
La belleza del partido quedó ensombrecida por algunas acciones de sus futbolistas, y sobre todo por un patadón de Marcelo al debutante Fábregas. Ese patadón, y el correspondiente correctivo del árbitro, una tarjeta roja, fue el inicio de una tangana monumental cuya confusión le dio a Mourinho alas para meterle el dedo en el ojo al segundo de Guardiola.
En la posterior conferencia de prensa, cuando ya habían pasado muchos minutos de esa agresión y pudo haber reflexionado sobre ello, Mourinho añadió sal a la herida, ninguneó a Vilanova, sobre cuyo nombre y apellido titubeó de manera insultante,
y unió el menosprecio al rival a la vanidosa autocomplacencia que lo distingue como preparador egocéntrico de un excelente equipo de profesionales.
No hubo arrepentimiento alguno. Su conferencia de prensa fue un constante ataque subliminal al ganador del campeonato; en contra de lo que dicen muchos de los seguidores del Real Madrid, insinuó otra vez el entrenador del equipo blanco que fueron artes poco ortodoxas las que llevaron a su conjunto a la derrota. Mourinho ya ha sido apercibido por altas instancias
del fútbol europeo por conductas impropias precedentes. Ahora, su propio club, que le ha otorgado todo el poder para hacer y deshacer a su merced, debe reflexionar sobre si esa es la imagen que quiere dar a sus muchos aficionados y al mundo. La vergüenza de Barcelona es una agresión al Real Madrid, no solo a Tito Vilanova, y esa agresión la ha perpetrado alguien que debiera defender el señorío del equipo que se le ha confiado. Pero él no quiere sentirse madridista. Él prefiere ser esclavo de su ego antes que servidor de su equipo.
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