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Mi primera vez | Ficciones

El Granta y los asirios

Mi por primera vez el río Granta, en Cambridge, hace unas semanas. No es raro que nos inventemos todas las primeras veces que podemos recordar. La fundadora primera vez es casi siempre la idealización de un momento que ya habíamos vivido en otras ocasiones, aunque entonces nos pareciera insignificante o menos glorioso. Pero el otro día estuve en las orillas del Granta, y fue la primera vez, no tengo dudas. Es un río quieto, adormilado como una poza, de vacas mitológicas con cara de poni porcino, y bichos y pájaros intrigando entre las hojas. Vi a los excursionistas, que dejan sus bateas a la orilla y comen y beben. Yo era un turista.

Fuimos dando un paseo al refugio en Grantchester del poeta Rupert Brooke, que, conduciendo la batea con su pértiga, conquistó a Henry James en 1909. Brooke fue "el joven más guapo de Inglaterra", o así lo vio W. B. Yeats, según me enteré en la postal que compré como recordatorio. Murió en la I Guerra Mundial sin llegar a combatir, porque se le infectó la picadura de un mosquito en la isla griega de Skyros, y se convirtió en poeta patriota, citado por primeros ministros: "Y, si muriera, piensa esto de mí: que hay un rincón de tierra extranjera que para siempre es Inglaterra". Lloró a los que "derramaron el dulce y rojo vino de la juventud".

Alguien se subió a un gran árbol partido por el rayo y dentro del árbol había una aparición en una gruta: Fátima o Lourdes. En las praderas del Granta se celebra el pic-nic una y otra vez todos los fines de semana, como un sacramento feliz, como una misa, con su equipo de cálices, copones y patenas, y los excursionistas levantan la copa y beben ese vino espumoso que llaman champaña, en recuerdo de la primera vez que fueron al río de pic-nic. Es la primera vez que asisto al rito del río, dios verde y vegetal, frío, indiferente y acogedor, poco profundo. Y luego, a la vuelta, entré en el Museo Fitzwilliam, que encontré por casualidad, y vi también por primera vez los relieves asirios.

Ahora pienso en la primera vez que los vio el arqueólogo que desenterró a orillas de otro río el palacio de Assurnasirpal II, 2.500 años después de que se lo tragara la tierra. Muy cerca del Granta vi al rey y a sus dioses o legisladores o sacerdotes alados, y a un demonio con cabeza de águila, y me imaginé el cómic en las paredes del palacio real: cacerías, batallas a caballo y a pie, el desfile de las tropas triunfantes, la fuerza sobre la que se levantan el rey dios, sus sacerdotes y su palacio. El cómic violento de las losas esculpidas desemboca en estas figuras imponentes que estoy mirando aquí, una tarde de sábado. Recuerdo esa primera vez ahora, escribiéndola. La literatura tiene algo de liturgia: aspira a convertir lo normal y corriente en memorable.

FERNANDO VICENTE

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