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Reportaje:

La dama (barcelonesa) del armiño

El museo Marés conserva la escultura de una mujer como la que pintó Leonardo

José Ángel Montañés

Leonardo da Vinci pintó alrededor de 1490 el retrato de Cecilia Gallerani, la joven amante de 17 años del duque milanés Ludovico El Moro. Como casi todo lo que hizo el genio italiano, esta pequeña pintura conocida como La dama del armiño se ha convertido en una obra de arte mundial que refleja como pocas el prototipo de la belleza femenina del Renacimiento. Aparte del impresionante estudio anatómico de manos, rostro y cuello y el movimiento en espiral que asciende por la cabeza, la tabla destaca por la presencia de un armiño blanco, un escurridizo animal que la dama sostiene entre sus brazos y que ha acabado dando nombre a la pintura.

La dama del armiño está de gira. Hasta septiembre se hospedará en el museo de El Prado y, tras realizar un periplo por Berlín y Londres, regresará a su hogar en el museo de Czartoryski, en la ciudad polaca de Cracovia.

Giulia Gonzaga estaba considerada una de las mujeres más bellas de su época
El armiño es un atributo de aristocracia, pureza y honradez

Única en calidad, existen otras obras homónimas sin tanta fama y reconocimiento como la de Leonardo. Es el caso de la que se expone en el museo Marés de Barcelona. En vez de tela, la obra del Marés es un bloque de mármol cuadrangular sobre el que se ha esculpido el busto de una joven noble del Renacimiento, vestida a la romana, tal como reflejan su vestido, el peinado tocado con velo y su rostro clasicista, en el que sorprende la ausencia de ornato, tipo anillo, pendiente o collar. Como único atributo, la dama sostiene con su brazo derecho un armiño, algo menor que el de la Gallerani, que se apoya en el brazo izquierdo y se amorra en su muñeca.

La escultura ingresó en el museo en 1962, año en que el marqués de Barberà la entregó personalmente al escultor y casi compulsivo coleccionista. Durante dos siglos había decorado la escalera de acceso a la planta principal del palacio que su familia, los Solterra Barberà, tenía en el número 9 de la avenida del Portal de l'Àngel. Allí había llegado desde su primer emplazamiento en la ciudad: el palacio que Miquel Mai, -personaje crucial en la corte imperial de Carlos V, embajador ante el papa Clemente VII y defensor de los intereses de la reina Catalina de Aragón en su divorcio de Enrique VIII, que ha contado magníficamente la serie inglesa Los Tudor- tenía en la plaza de la Cucurulla, una vivienda que fue derribada en 1800 para construir un nuevo edificio.

Hasta hace muy poco se pensaba que el relieve estaba realizado en alabastro y que su autor era uno de artistas activos en Cataluña en el primer Renacimiento, e incluso se consideraba el nombre del escultor vasco Martín Díez de Liatzasolo. La cosa dio un giro de 180 grados cuando al restaurar la pieza para una exposición se comprobó que el material pétreo no era alabastro sino mármol. Ya no hubo dudas: el trabajo italianizante del relieve permitía asegurar que la obra había viajado desde Italia, e incluso que su autor era Alfonso Lombardi, el mismo que había realizado los 19 medallones que habían decorado el patio del embajador Miquel Mai, muchos de los cuales acabaron en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Hasta ese momento, cuando se hablaba de la escultura se decía que la representada era Priscila, un personaje bíblico alegórico de la virtud y el conocimiento. Pero en el inventario post mórtem realizado en 1548 de Eleonor Setantí, viuda de Miquel Mai, la obra aparecía citada como "bulto de piedra que se intitula Julia".

Esta identificación y el análisis pormenorizado de la obra llevaron a asegurar en 2008 a la historiadora italiana Anna de Rossi que la dama del armiño barcelonesa era Giulia Gonzaga (1513-1566), condesa de Fondi, miembro de la poderosa familia de los Gonzaga y famosa por su influencia en la Italia del siglo XVI, sobre todo en los grupos de artistas y eruditos a los que apoyó. Además, estaba considerada una de las mujeres más bellas de su época, cualidad que le costó más de un disgusto: el mismísimo pirata Barbarroja intentó raptarla para que ingresara en el harén de su amo, el sultán Solimán el Magnífico. Por suerte, pudo escapar, a uña de caballo, tras ser avisada por uno de sus más fieles criados.

La atribución de De Rossi pasó totalmente desapercibida en Barcelona, pero en Mantua, la ciudad italiana de donde eran originarios los Gonzaga, la noticia de que a las imágenes conocidas de la bella dama realizados por Tiziano o Sebastiano del Piombo, se unía un nuevo retrato pétreo, apareció en la primera página de los periódicos.

Giulia Gonzaga se encontraba en Nápoles cuando la corte de Carlos V se instaló allí durante unos meses. Entre los nobles, estaba Miquel Mai y muchos de sus amigos, como el escritor erasmista Juan de Valdés, eran comunes. Por tanto, mantuvieron algún tipo de relación que posiblemente posibilitó que Mai adquiriera el retrato de mármol para decorar su casa barcelonesa.

En cuanto al animal que lleva la dama, la obra del Marés es superior a la de Leonardo: según los etólogos, la Gallerani, a pesar del nombre que la ha hecho famosa, lleva entre sus brazos un hurón blanco, menos salvaje que el armiño, y que puede ser domesticado como un gato. En todo caso, el armiño de Giulia Gonzaga siempre se asocia con la aristocracia, la pureza y la honorabilidad. Si una dama estaba acompañada de un armiño era honrada, algo que seguro desconocían la mayoría de señoras que hasta hace poco lucían sobre sus hombros pieles de estos animales.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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