El suicidio que conmueve a Marruecos
Rabat intenta impedir un estallido social después de que Hamid Kanuni, de 27 años, se quemara a lo bonzo tras ser maltratado por la policía en Berkane
"He padecido la hogra. (...) He perdido mi pequeño sustento". Estas fueron algunas de las últimas palabras que pronunció Hamid Kanuni, de 27 años, según su amigo Faisal, autorizado a subir a bordo de la ambulancia que le transportó de Berkane (noreste de Marruecos) hasta el hospital universitario de Casablanca, donde falleció el martes.
La hogra es esa palabra con la que desde hace una década los jóvenes argelinos primero, y ahora el conjunto del Magreb, describen el desprecio y la arbitrariedad con los que son tratados por las autoridades. Kanuni, vendedor ambulante de pan, la sufrió el domingo y se rebeló prendiéndose fuego a lo bonzo ante la comisaría central de Berkane (80.000 habitantes).
El caso es idéntico al que generó la rebelión en Túnez y la ola de cambios
Su historia es casi idéntica a la de Mohamed Buazizi, el joven tunecino que se inmoló el 17 de diciembre ante el Gobierno Civil en Sidi Buzid y falleció días después a consecuencia de las heridas. Su gesto fue el detonante de la revolución tunecina que cuatro semanas después expulsó al dictador, el presidente Zine el Abidine Ben Ali, del poder. En Marruecos no ha sucedido nada parecido.
"Kanuni vendía pan cerca de una panadería", cuenta Abderrahim Saddiqi, presidente de la sección local de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos. "Al dueño de la panadería no le gustó y llamó a la policía tras enfrentarse al vendedor", prosigue. "La policía le golpeó, le insultó y se incautó del carro" con el pan, que destruyó.
Hamid reaccionó, según su amigo Faisal, "comprando cinco litros de gasolina y rociándose el cuerpo. (...) Se inmoló ante la comisaría". Entre policías y transeúntes apagaron las llamas y le condujeron al hospital Adrak de Berkane, pero ante la gravedad de su estado los médicos decidieron trasladarle en ambulancia al hospital universitario de Casablanca.
Las autoridades no ahorraron esfuerzos para evitar un estallido social. Enviaron unidades de Fuerzas Auxiliares (antidisturbios) a Berkane al tiempo que el fiscal de la ciudad prometió abrir una investigación. La agencia de prensa oficial, MAP, ignoró primero el suicidio, y solo rompió su silencio para difundir una versión policial que recoge una declaración del joven vendedor hecha en la ambulancia, pese a que, según Faisal, el joven estuvo casi todo el tiempo en coma. En ella atribuye su inmolación a la pelea con el panadero y exime a la policía.
Paralelamente, intentaron convencer a la familia del vendedor de que fuese enterrado en Casablanca y no en Fez, donde residen sus padres. "Los responsables quieren impedir así cualquier tipo de protesta", señaló Mustafá Kanuni, hermano del difunto, a la web informativa Lakome.
Los familiares no aceptaron, pero sí accedieron, en cambio, a que fuese inhumado nada más llegar el féretro a Fez. La ambulancia en la que viajaba el ataúd se averió el miércoles en el camino. Hubo que esperar a que estuviese disponible otro vehículo y, finalmente, el cuerpo de Kanuni llegó a su destino a última hora de la noche. Fue entonces, poco antes de medianoche, cuando se llevó a cabo el sepelio. Acudió mucha gente al cementerio, pero no hubo protestas.
Desde que Mohamed Buazizi se quemó a lo bonzo, decenas de magrebíes, incluida alguna madre de familia con hijos pequeños, se han inmolado. El pasado fin de semana cerca de Tipaza, a 70 kilómetros de Argel, se alcanzó el cénit del horror cuando un padre roció con gasolina su cuerpo y el de sus dos hijos, de cuatro y dos años, y les prendió fuego, al no haber conseguido una vivienda oficial. Todos están hospitalizados con graves quemaduras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.