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Crisis de la deuda en EE UU

Washington sucumbe a la lucha política

La intransigencia de los republicanos radicales acerca el país al espectro de la quiebra

Antonio Caño

Los intereses políticos inmediatos se imponen aún a los intereses nacionales. Indiferentes al riesgo al que se expone al mundo con la suspensión de pagos de Estados Unidos, los republicanos más radicales continuaban ayer bloqueando las negociaciones en el Congreso, donde un puñado de moderados de ambos partidos trataba de sacar adelante un acuerdo que, ya in extremis, evite el desastre. Barack Obama y los líderes parlamentarios consumían en esa labor las horas finales de esta inexplicable crisis.

Casi todos los países han sufrido antes las consecuencias de una crisis provocada por una mala gestión de sus dirigentes, un revés de la fortuna o circunstancias ajenas que se cruzan en el camino de los pueblos. Pero pocas veces antes hemos asistido a una crisis, además en la mayor potencia económica del mundo, causada por el fanatismo de sus políticos y las reglas, un tanto anacrónicas, de su sistema de gobierno.

Un puñado de moderados intenta buscar un acuerdo bipartidista
La deuda de Washington es alta, pero manejable. La crisis es política
Los demócratas quieren votar en el Senado un nuevo texto de compromiso
Los republicanos, en el otro ala del Capitolio, advierten que no es suficiente
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EE UU no está en crisis económica. Tiene problemas económicos evidentes: alto desempleo, lento crecimiento y déficit elevado. Tampoco tiene un problema acuciante de deuda. Su cifra total es elevada, ciertamente: 14,3 billones de dólares. Pero la mitad de eso es dinero que el Gobierno se debe a sí mismo -al Tesoro y a la Seguridad Social-, y el rendimiento de los bonos del Tesoro, los más seguros del mundo, está al nivel de los de Alemania. No son esas las razones de esta crisis. Las razones son políticas.

EE UU es, probablemente, la democracia más perfecta del mundo, en el sentido de que es la más exigente. La arquitectura creada desde sus comienzos para evitar los abusos por parte de la mayoría y dar voz y poder a las minorías crean un perfecto equilibrio de representatividad. Pero, al mismo tiempo, hace el procedimiento democrático lento, complejo y susceptible al obstruccionismo.

Un ejemplo: actualmente se debate en el Senado la propuesta presentada por el líder demócrata, Harry Reid, para elevar el techo de deuda y evitar la quiebra. Los demócratas tienen 53 escaños, tres más de la mitad. Pero eso no les garantiza la aprobación de la ley, porque las reglas del Senado dan derecho a la oposición a impedir la votación mientras ellos quieran seguir debatiendo, lo que puede ser eternamente. Durante buena parte del siglo pasado, un solo senador podía boicotear la votación invocando su derecho al filibusterismo, una tradición del parlamentarismo británico. Pero, a diferencia de Reino Unido, donde basta ahora una mayoría simple para impedir ese método, en EE UU se requieren 60 votos, una cifra a la que muy pocas veces ha llegado un partido a lo largo de la historia.

Trasladado a la crisis actual, Reid necesita siete votos republicanos para poder llevar a votación en el pleno su propuesta, por lo que está obligado a pactar con la oposición. Podría darse el caso de que los republicanos permitan la votación, que se celebraría hoy, pero después no respaldasen la ley, sin que por ello dejara de ser válida. Pero, en todo caso, lo que salga del Senado, si sale algo, tendrá un tono más bipartidista que la ley que el viernes por la noche aprobó la Cámara de Representantes.

Después de su fracaso del día anterior, el presidente de la Cámara, John Boehner, se echó plenamente en brazos del Tea Party para respaldar una ley que condiciona el levantamiento del límite de deuda a la aprobación de una enmienda constitucional que prohíbe los presupuestos deficitarios. Se trata de una apuesta disparatada que los propios senadores republicanos han criticado.

Pero esa es la Cámara de Representantes que existe hoy, la más conservadora e irresponsable de la historia, y esa es la que tendría que pronunciarse de nuevo sobre la ley que, eventualmente, surgiese del Senado. Para que quede clara su posición de antemano, Boehner convocó ayer una votación, estirando sus poderes hasta el límite de la irregularidad, sobre el plan de Reid antes incluso de que este fuese aprobado en el Senado. Era la manera más explícita de decirle al otro ala del Capitolio 'no nos enviéis eso porque va a morir aquí'.

La intención de los demócratas, que están actuando como la fuerza más sensata en esta crisis, no es enviarles la ley Reid tal cual, sino el texto que resulte, si es posible, de la negociación que durante todo el día mantuvieron con los senadores republicanos y con la Casa Blanca. Se busca una fórmula que recorte el gasto público tanto como quiere la oposición y eleve el techo de deuda tanto como quiere el presidente, hasta finales de 2012. Pero no es fácil que la Cámara de Representantes acepte tampoco esa versión porque, sencillamente, no es fácil que la Cámara de Representantes apruebe en este momento nada que no sea del gusto del Tea Party, cuyo poder en esa institución es enorme, mucho mayor que el que le corresponde por el número de escaños con los que cuentan.

La única manera de evitar la suspensión de pagos a partir del martes es la de conseguir que republicanos moderados y demócratas voten juntos en la Cámara lo que ambos partidos sean capaces de pactar en el Senado. Eso tiene que ocurrir entre hoy y mañana. Una verdadera odisea.

El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, segundo por la izquierda, ayer en Washington.
El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, segundo por la izquierda, ayer en Washington.ALEX WONG (AFP)

Plan demócrata

El líder demócrata en el Senado, Harry Reid, ha reformulado su plan para intentar alcanzar un acuerdo con los republicanos. Además de haber renunciado ya a subir impuestos a las rentas más altas, como proponía el presidente Barack Obama, los demócratas aceptan ahora elevar el techo de deuda por etapas, en lugar de hacerlo de una vez.

- Techo de deuda. El plan propone elevar unos 2,4 billones de dólares el límite de endeudamiento, que actualmente está fijado en 14,3 billones. La cifra sería suficiente para cubrir las necesidades de Estados Unidos hasta las elecciones presidenciales de noviembre de 2012. La subida se realizaría en tres etapas, con nuevas votaciones en el Congreso, pero solo una mayoría cualificada de dos tercios podría bloquear el proceso.

- Recortes. A cambio de la subida del techo de deuda, el plan prevé un ajuste fiscal de 2,2 billones de dolares. De ellos, alrededor de un billón derivaría de la reducción del gasto para las guerras de Afganistán e Irak. Los demócratas prometen no cortar el gasto en pensiones y en los programas de asistencia médica.

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