Un terrorista con una bomba en el turbante mata al alcalde de Kandahar
Los talibanes acaban con las instituciones de su antigua capital
Un suicida, que portaba la bomba escondida en el turbante, mató ayer al alcalde de Kandahar, hundiendo aún más en el abismo de la violencia a esta ciudad, antiguo feudo del régimen talibán. Hace solo dos semanas, otro suicida mató a Ahmed Wali Karzai, hermanastro del presidente Hamid Karzai y el hombre que controlaba a las tribus, fuertemente armadas, de esta provincia fronteriza con Pakistán, en la que se alían el narcotráfico y la insurgencia.
La muerte del alcalde Gulam Haidar Hamidi, de nacionalidad estadounidense, es la última que se produce entre importantes dirigentes del sur y aliados de Karzai, lo que estrecha el cerco sobre el presidente y destruye cualquier posibilidad de que el Gobierno de Kabul llegue a controlar este bastión talibán.
Dos de los vicealcaldes de Hamidi fueron asesinados el año pasado y en los últimos cuatro meses han caído en ataques de la insurgencia el jefe de la policía provincial, el máximo dirigente religioso y el hermanastro de Karzai. Hamidi, de 65 años, murió durante una reunión con notables, convocada para aplacar la ira por la muerte de una mujer y sus dos hijos, aplastados por las excavadoras del gobierno local, que trataban de aplanar un barrio. Uno de los ancianos se acercó al alcalde e hizo detonar la bomba oculta bajo el turbante. Otra persona resultó herida.
Hamidi regresó a Afganistán tras los pasos de una de sus hijas, Rangina, que, después de los ataques del 11-S y de la invasión por EE UU de Afganistán, sintió la necesidad de abandonar EE UU -donde vivían exiliados desde 1987- e impulsar la recuperación de su país desde el mismo Afganistán.
Hamidi trabajaba de contable en el Ministerio de Finanzas de Afganistán cuando el Ejército soviético invadió el país en 1979. Al ver su vida peligrar, huyó a Pakistán con su mujer y sus cinco hijos. En el país vecino, la familia sufrió el fanatismo religioso, especialmente sus tres hijas, ya que los fundamentalistas amenazaban a las familias que mandaban a las menores a la escuela. Gulam se resistió hasta que a la hija de un amigo le desfiguraron el rostro con ácido en la puerta del colegio. Rangina, que visitó España en enero, está convencida de que ella y sus hermanas se salvaron por los pelos, informa Carmen Pérez-Lanzac.
En 1987, la familia obtuvo, al fin, el visado para exiliarse en Estados Unidos, donde empezaron de cero. Hamidi retomó su trabajo de contable y Rangina estudió Religión y Género con una beca en la Universidad de Virginia. Tras la invasión de Afganistán en 2001, ambos habían vuelto para hacer cambios en el país. Hamidi estaba amenazado de muerte por los señores de la guerra. Rangina, que tiene una empresa que emplea a 300 mujeres de la zona (Kandahar Treasure's), lo está por los fundamentalistas. Como buen contable, Hamidi estaba orgulloso de haber dado un impulso a las arcas de la provincia al mejorar la recaudación de impuestos. "Se lo avisamos, sabíamos que esto iba a pasar, pero él quería luchar por su país", se lamentaba ayer su hija muy afectada.

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