Nada de medianías
El escenario está a la altura de la ocasión. Para la primera vez no se puede escoger cualquier sitio: dejar que suceda sin cuidar el cómo y el dónde es un rasgo de vulgaridad. No podré decir que mi pareja en este baile haya caído en esa negligencia. Se ha esmerado, y cómo, en que todo sea perfecto.
Lo es, para empezar, este vino blanco que llena hasta la altura justa la copa. De excelente paladar, suave aroma en la nariz y servido a la temperatura óptima, esto es: realmente frío, y no enfriado deprisa y mal. Lo es, también, la decoración del restaurante, primorosamente encajada con la vista de la bahía tras el ventanal que se extiende de pared a pared. Y lo es, en fin, la oferta de la carta que estoy leyendo, en la que, lejos del afán siempre sospechoso de poner de todo, hay apenas una docena de platos, todos ellos apetecibles al ciento por ciento.
-¿Estás a gusto? -me pregunta.
-La verdad, sí -admito-. Y es un agradable contraste, con lo que me ha deparado el día.
-¿Muchos problemas?
-Bueno, lo habitual.
-Me hago cargo. Tu vida es dura. Es muy importante para mí que estés a gusto. No solo esta noche, en adelante también. Me ocuparé de que así sea. Lo convertiré en mi misión.
-¿Tanto? ¿Y esperas que me lo crea?
Sin dejar de dar vueltas a su copa, que apenas ha probado para el brindis, me mira fijamente a los ojos y dice:
-Espero que te lo creas porque no voy a hablar más de ello. Únicamente actuaré para lograr que suceda. No solo sé lo que hay que hacer. También sé lo que no hay que hacer. No soy como esos otros que se confían, o que se vuelven perezosos.
-Pareces muy seguro de ti mismo. Eso es reconfortante. Siempre que no seas simplemente un actor. Puedes imaginar que a estas alturas ya me las he visto con unos cuantos.
Sonríe, enigmático.
-Y así y todo, estás aquí. Algo diferente me habrás visto.
Ahora es mi turno de administrar mi propio enigma:
-A veces las cosas se hacen porque sí. O porque te empuja la desesperación, o el aburrimiento. Ya tengo una edad.
-Menos modestia. He visto cómo te los metes a todos en el bolsillo. Eso no es algo al alcance de alguien desesperado.
-No te fíes nunca de las apariencias. Nadie te asegura, tampoco a ti, que lo mío no sea una interpretación.
Menea la cabeza.
-No lo creo. Te estás jugando mucho.
Podría esperarme al final de la comida, pero con la audacia que me da el vino siento que me acaba de dar el pie ideal.
-¿Ah, sí? ¿Cuánto?
No se deja descolocar:
-El cinco por ciento del presupuesto, IVA excluido. Y si nos das la segunda fase, también sobre el IVA de las dos.
Hago el cálculo mental. Para ser la primera vez que acepto un soborno, la cifra es suculenta. Así sí. Detesto la medianía.
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