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Columna
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Madrid sin Comunidad

Muy admirada por la derecha patria, más allá y más acá del Manzanares, Esperanza Aguirre no solo es la presidenta de una región española; es también una alternativa posible a Mariano Rajoy; una lideresa en toda regla, a la que le preocupa más España que Madrid, aunque Madrid quepa en su proyecto. Es fácil sospechar pues que la presidenta esté harta de su cargo; no le va a faltar la oportunidad de gozar de otros nuevos. Así que no tiene nada de particular que después de su inequívoco triunfo electoral, placer que desconoce Rajoy, cansada ya de la política local, su nuevo plan sea un proyecto para España del que Madrid podría resultar beneficiado.

Véase si no un ejemplo, sin necesidad de que la inspiren desde FAES: su devolución de las competencias de Justicia al Gobierno de España. Si devolver ese marrón respondiera al mero deseo de Aguirre de enviarle un caramelo envenenado a un Gobierno socialista, tratando de acabar de paso con Rubalcaba, cabría celebrarlo por el bien de la justicia madrileña, pero podría quedar en una nueva excentricidad de la presidenta. Y no. Ella debe estar segura de que quien ha de escucharla en La Moncloa en los próximos meses es su propio líder, y en consecuencia cabe pensar que la devolución constituya una sincera aportación al intento de su partido de rediseñar el Estado de las autonomías. Por eso no veo en esa renuncia a adecentar los juzgados madrileños un episodio aislado, ni un simple intento de descargarse de servicios tan poco rentables para las arcas madrileñas; veo el introito de una propuesta de más calado: la reforma en toda regla de la Administración española con un nuevo reparto de competencias para las autonomías, naturalmente a la baja, y la reestructuración del mapa municipal con la consiguiente desaparición de las obsoletas diputaciones, allí donde las haya, y el Gobierno de nuestra Comunidad no pasa de ser el de la diputación extinta. El nuevo reparto de competencias no se quedaría pues en una administración de justicia centralizada -¿por qué solo la justicia?- sino que abarcaría con toda seguridad la devolución de otros servicios. Lo mismo que con Justicia podría suceder con Interior, materia en la que si a la Comunidad no le hubieran transferido alguna competencia se habría ahorrado la presidenta un gasto en espías. O en Educación, ámbito en el que Aguirre suele desplegar ocurrencias e iniciativas de muy marcado sentido ideológico, y que de no depender del Gobierno madrileño tal vez correría otra suerte. Y no digamos en Sanidad, con los episodios vividos por pacientes médicos y pacientes muy pacientes. En esa nueva realidad, el mapa municipal, con menos y más fuertes Ayuntamientos, mejor dotados presupuestariamente y menos sometidos a intermediarios, quizá hiciera innecesario el Gobierno de Madrid al menos en la demarcación de su Ayuntamiento capitalino. En Madrid, donde no impera más nacionalismo que el español, las únicas competencias imprescindibles las podrían asumir los Ayuntamientos, y el Gallardón de turno se encargaría de la fiesta del 2 de mayo. Lo bueno de esta Comunidad en peligro de extinción es que no ha gastado mucho en banderas ni tiene un himno del que le cueste prescindir. Puede además ahorrar así en tarimas para actos oficiales, que salen por un ojo de la cara si se le encargan a la firma Gürtel, e incrementar de paso el parque de edificios a la venta para salir de la bancarrota.

¿Por qué no devolver, además de Justicia, las competencias en Sanidad, Educación o Interior?

Claro que el hipotético plan de Aguirre tal vez obligue a una reforma de la Constitución que permita abrir la espita para otros cambios que se están reclamando en la calle; en la República de Sol, que le es a la presidenta tan ajena como cercana, sin ir más lejos. Pero nada permite aventurar, sin embargo, que su visión de Estado coincida mucho con la de los indignados, aunque sería injusto confundirla con la vocinglería arrebatada de Dolores de Cospedal, una mala imitadora de la gobernadora de Madrid, que si renuncia ahora a más obligaciones para su Gobierno manchego es porque bastante trabajo tiene ella con sus pluriempleos Madrid-Toledo. No obstante, tanto una como otra coinciden en avanzarnos lo que Rajoy, tan acostumbrado a que las demás le hagan el trabajo, no nos adelanta. Porque a buen seguro que todo cuanto hacen o expresan los líderes autonómicos del PP es un avance de lo que su jefe se propone hacer tan pronto llegue a La Moncloa. Un adelgazamiento de los Gobiernos autónomos parece seguro y, se tenga una opinión u otra sobre la reducción de competencias, la presidenta madrileña puede iluminar a Rajoy desde su ya dilatada experiencia autonomista. De modo que a Aguirre no le faltará todo un rosario de aciertos y fracasos para ofrecer a Rajoy un modelo de Gobierno regional. Bien es verdad que, si Rajoy necesita ayudas nacionalistas que lo obliguen a hablar catalán en la intimidad, una devaluación del Estado autonómico comportará para él ciertos riegos.

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