En el trono de la locura
La dimisión de Francisco Camps, y sobre todo su discurso de renuncia, evidenciaron algunas impresiones que ya muchos ciudadanos manteníamos del, hoy, expresidente de la Generalitat Valenciana. Quizá la más evidente sea la realidad paralela en la que vive; una realidad que él mismo construye y distorsiona y en la que la acción de la justicia es un "sistema brutal" que contra su persona conspira infatigable en la sombra.
Camps se equivoca, una vez más, al intentar convencer a la opinión pública de su condición de víctima. Sus cuentos de brujas y magia negra, de siniestras y oscuras conspiraciones, causarían risa si no fuera porque su protagonista posee, ni más ni menos, que el respaldo de una amplia mayoría absoluta. Ese dato, real e implacable, es el verdaderamente preocupante y el que inevitablemente nos obliga a interrogarnos sobre qué ocurre en nuestra sociedad para que personajes tan alejados de la realidad como Camps obtengan una inmensa aprobación para actuar sobre esta. En definitiva, la indeseable pregunta de quién es más loco, el loco mismo o los que lo aúpan al trono de la locura.
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