_
_
_
_
_
La crisis del euro
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gulliver da un paso de gigante

Xavier Vidal-Folch

Gulliver-Europa venía caminando como un enano. Ahora acaba de dar un paso de gigante: incompleto, pero gigantesco.

Basta hacer memoria y comparar. Hace 19 meses estalló la crisis griega, el día de Reyes de 2010: la ortodoxia alemana profetizó que no habría ayuda. Hace 15, en mayo, se aprobó un rescate por 110.000 millones de euros, a tipos y plazos exorbitantes para Atenas. Las condiciones eran duras ex profeso, para subrayar el rigor: que no entrañaban subsidio. La prueba es que los donantes hacían negocio con esos créditos, nada blandos. El 9 de mayo vio la luz el fondo de rescate, una facilidad arrehojada: temporal (tres años), de recursos escasos; sometida al veto de cualquier socio.

Los nuevos poderes del fondo de rescate suplen a los eurobonos y le asimilan casi a un FME
Más información
La rehabilitación del eje francoalemán blinda el euro

Con la crisis irlandesa de octubre se abrió el melón de convertir el fondo en permanente y aumentar su cuantía. Para lo que Berlín exigió una reforma del Tratado que matizase el artículo 125, por el que (contrariamente al 122), no se puede salvar a un Estado miembro en barrena, y ya apuntó que quería a los privados pechando con parte de la factura; un designio moralmente impecable, pero peligroso, pues amenazaba con extender el contagio entre países: los escaldados huirían en manada de sus inversiones en deuda de los vecinos. Los europeístas exigían comunitarizar en parte las deudas públicas, emitiendo eurobonos gestionados por un Tesoro único.

Pues bien, casi todo lo que se reivindicaba y que se ha negado en estos 15 meses se ha logrado en la última cumbre, al borde ya del precipicio dispuesto por la descarada amenaza de los mercados (no solo inversores de buena fe; también especuladores identificados, banca de inversión, fondos de alto riesgo) a Italia y España.

Las decisiones sustanciales son dos: el segundo paquete de ayudas a Grecia, por 109.000 millones oficiales frescos y 50.000 privados, en condiciones respirables: todos han aprendido la lección de que la asfixia a nada bueno conducía. Y, sobre todo, las nuevas competencias otorgadas al fondo de rescate: dará créditos preventivos a países con dificultades no incluidos en un rescate; recapitalizará bancos; comprará deuda en el mercado abierto, secundario.

Pues bien, en la práctica y por la puerta de servicio esto equivale a emitir eurobonos. De hecho, el fondo ya los emite en pequeña cuantía, porque las aportaciones de los Estados son principalmente en forma de garantía: amparada en ella, Luxemburgo lanza deuda europea que sirve para financiar a los rescatados. Ahora podrá hacerlo con mayor fluidez.

Esto constituye un avance extraordinario. Así, la facilidad se convierte en un embrión de Fondo Monetario Europeo: a imagen del FMI, este FME otorgará créditos anticipados sin condicionalidades demasiado onerosas. Cierto que su dotación es limitada (750.000 millones de euros), pero también lo era la del FMI hasta que Strauss-Kahn logró triplicarla al socaire de la crisis. La principal desventaja comparativa es que el fondo europeo seguirá actuando por unanimidad de los Gobiernos-socios y bajo la tutela del BCE, y no por decisión gerencial y de una simple mayoría. Pero esos defectos son subsanables con el tiempo.

Como en todo gran avance, quedan detalles pendientes susceptibles de hacer encallar al invento: hay que reformar los estatutos del fondo; el paquete, incluido el segundo rescate a Grecia, debe superar el filtro de 17 Parlamentos; y, sobre todo, acechan las humillantes horcas caudinas de las agencias de descalificación.

Para sortear el salto a la yugular de esos organismos-hiena era mejor que la aportación privada se hiciese mediante la fórmula francesa de un impuesto a la banca. Aunque no discriminaba entre implicados y ausentes, y no alcanzaba a las compañías de seguros u otras operadoras. Pero, atención: la cumbre del 25 junio del año pasado ya acordó implantarlo, "para garantizar una justa distribución de la carga y que se establezcan incentivos para contener el riesgo sistémico". Y ahí varó el propósito.

El peligro actual es que sean todas las agencias las que, como Fitch, tilden de impago de Grecia a la contribución voluntaria de la banca. Pero el BCE puede volcarse si conviene, y además los 17 han amenazado a las agencias... demasiado sutilmente. ¡Que expulsen del registro para calificar a cualquier Administración a las que han acumulado tantos errores y están perseguidas ante los tribunales por incentivar la especulación! O sea, a las tres del oligopolio.

La gobernanza económica europea, lenta y desconcertada, se abre paso. El nuevo fondo de rescate, con el Pacto de Estabilidad a punto de aprobarse en el Parlamento, completan la unión monetaria. Las nuevas autoridades de supervisión y las rezagadas directivas sobre bancos, agencias, fondos especulativos y productos derivados como los seguros de impago formarán un amplio paquete de regulación financiera. Que, junto a la Agenda 2020 y el semestre europeo diseñan algo más que una unión monetaria: un esbozo de unión económica.

Vamos con retraso y eso hace vulnerable a Europa ante mercados que operan al nanosegundo. Pero comparemos también con el catalejo del largo plazo. EE UU vio circular el dólar en 1794, 18 años después de su Constitución. Y creó su banco central, la Reserva Federal, en... 1913. Entonces era aún un organismo privado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_