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Reportaje:MODA

El diseñador prodigioso

Andrea Aguilar

Mucho se ha escrito sobre la chica Wang, esa joven urbanita adicta a la camiseta, ajena a un estilo demasiado compuesto y que mantiene un aire sofisticado todo el día, siempre lista para una juerga nocturna o con pinta de habérselo pasado muy bien la noche anterior.

Alexander Wang, el joven artífice de ese look, causa furor entre modelos, famosas, relaciones públicas y editoras de revistas. También es célebre por su afición al baile -cuentan que no hay quien le saque de la pista- y por sus fiestas.

Como en toda buena historia de éxito a la neoyorquina, es el capítulo dedicado a festejos el que ocupa un lugar importante: hay que dar buenas fiestas para triunfar. Tras su desfile el año pasado, Wang reunió a sus empleados, a la familia y a lo más selecto de la industria en una feria con casetas de tiro al blanco, tiovivo y castillo hinchable. Una party memorable que fue comparada con una especie de Coney Island. Al recordarlo, Wang ríe: "Se trata de hacer algo divertido, que no sea pretencioso. Una reunión en la que todos estemos juntos pasándolo bomba".

"Lo mío no es diseñar el modelo más 'avant-garde' de la historia de la moda"
"Quería ir directamente al grano y aprender de mis errores. Eso fue lo que me impulsó a crear mi propia marca"

De carcajada fácil y despreocupada, suave conversador con un punto de ingenuidad, Alexander Wang derrocha encanto. A sus 27 años se ha alzado por segunda vez con el premio a la mejor colección de accesorios del Council of Fashion Designers of America (CFDA); aunque tiene apenas una docena de desfiles a sus espaldas, su negocio ya consta de cuatro líneas. Sus oficinas, al sur de la calle Canal en Broadway, ocupan varias plantas de un edificio que alberga la sede de una pequeña escuela de administración y negocios, pero tan pronto como se cierran las puertas del ascensor desaparece el toque estudiantil: en este imponente loft con columnas de metal y paneles pintados reina el sofisticado binomio blanco y negro. Tres maniquíes desfilan ante unas shoppers con la nueva colección, y dos plantas más arriba se celebra la entrevista.

Vestido de negro de la cabeza a los pies, con unos tejanos, camiseta y deportivas, este californiano de origen taiwanés tiene rasgos delicados, casi aniñados. Su dulce aspecto esconde, sin embargo, una férrea determinación. Wang, el niño prodigio, es un insospechado Dr. No. Ha construido su potente marca sin miedo a ofrecer antes unas cuantas negativas o pegar algún que otro portazo. Así, un año después de mudarse a Nueva York e ingresar en la prestigiosa escuela de moda Parsons decidió dejar las aulas. Cuando Diane von Furstenberg le llamó para ofrecerle un puesto tras ver su trabajo de fin de curso, también declinó. "Soy un gran planificador y creo firmemente en el poder que otorga ser organizado", explica. "Me di cuenta de que Parsons no era para mí. Me sentía más productivo metido de lleno en el oficio. Estar en una clase con alguien que me explicara cómo se diseña una silueta o se combinan los colores no era lo que necesitaba, quería ir directamente al grano y aprender de mis errores. Eso es lo que me impulsó a crear mi propia marca".

La osadía bien calculada de este joven se ha visto recompensada: cuatro años después de lanzar su primera colección prêt-à-porter, su volumen de negocio es de aproximadamente 25 millones de dólares. La inauguración de su primera tienda en el corazón del Soho el pasado febrero ha terminado de coronarle como el rey del downtown cool.

Wang forma parte de una ola de diseñadores asiático-americanos que han surgido con arrolladora fuerza en el mercado estadounidense. Son un grupo heterogéneo y diverso en el que también están Jason Wu, Philip Lim, Thakoon, Prabal Gurung o Derek Lam. Si en las décadas precedentes predominaban los diseñadores de origen judío como Marc Jacobs, Calvin Klein, Donna Karan o Ralph Lauren, parece que le ha llegado la hora a la segunda generación de inmigrantes venidos del lejano oriente. "Somos muy diferentes en lo que hacemos y en nuestras historias. Unos nacimos aquí y otros no, y no todos tenemos vinculaciones familiares con la industria textil o de manufactura. A veces las cosas pasan sin que haya un motivo concreto", zanja Wang.

Mientras la debacle de Wall Street y la crisis hacían temblar los cimientos de tiendas y marcas que hasta entonces parecían firmemente establecidas, el fenómeno Wang ha crecido imparable con precios bastante asequibles que, en su caso, no suponían una rebaja respecto a un pasado más excesivo, y prendas que desprenden discreto desenfado rockero, gracia sin opulencia, comodidad chic y sofisticada.

Anna Wintour, la editora de Vogue, destaca de Wang su capacidad para conectar con cómo los jóvenes se quieren vestir. Y entre ese grupo, digamos de 17 a 40 años, cabría añadir que las seguidoras de Wang suelen ser de lo más cool. Él no quiere circunscribir su estilo a un tipo determinado, sino que más bien se remite a capturar una actitud. "No se trata de una chica del downtown de Nueva York, sino de una sensibilidad, de gracia, soltura y espontaneidad".

Además de las líneas T Wang para hombre y mujer, está la colección de accesorios y el prêt-à-porter. El ritmo de trabajo de Alexander estos años ha sido intenso. "Me intimidaba un poco. Aunque el crecimiento ha sido positivo, daba un poco de miedo, porque al invertir siempre asumes un riesgo", asegura. "Cuando recibes grandes pedidos, hay que pensar en cómo vas a encontrar el dinero para producirlos, hay que negociar con la tienda para ver cómo se comprometen ellos y planear también qué harás si no se vende bien. Hemos crecido muy rápido, pero de una forma orgánica, sin lanzarnos a cosas que no nos parecían apropiadas". El as en la manga que guardaba el diseñador para hacer frente al desafío era una sólida estructura de negocio organizada por su hermano Dennis, que le lleva 17 años, y su cuñada Aime. Su marca, en la que hoy trabajan cerca de 80 personas, es un asunto de familia.

Alexander creció en San Francisco, hijo menor de un matrimonio de inmigrantes procedentes de Taiwán. Desde el principio le atrajo la moda. "No sé a qué edad lo decidí, pero siempre me recuerdo queriendo formar parte de este mundo, me sentía creativo y quería crear cosas que la gente se pusiera", afirma. Pasó la infancia leyendo revistas como Harper's Bazaar y Vogue y acompañando a su madre de compras. Cuando sus padres se mudaron a Shanghái, Alexander se quedó en California en un internado. Allí conoció a dos de sus mejores amigas, Victoria y Vanessa Traina (hijas de la novelista Danielle Steele), que le han apoyado desde sus comienzos. "Todo diseñador crece en una época determinada y tiene una sensibilidad que le llega, sea esto algo subliminal o no. La mía son los ochenta, con gente como Tom Ford o Marc Jacobs, aunque el diseñador a quien más respeto es Ralph Lauren. Él engloba todo un estilo de vida, y eso es lo que yo siempre he querido alcanzar", explica. "Lo mío no es diseñar el modelo más avant-garde de la historia de la moda. Yo trato de crear una conexión con el cliente que respeto y en quien me inspiro". Esta visión pragmática no está exenta de cierto romanticismo urbano y una calculada exclusividad que impregna a la chica para quien Wang diseña. Su ropa se vende en muy contadas tiendas y en Internet. "Somos muy selectivos con nuestros canales de venta". Sus precios van desde los 74 dólares hasta más de 1.000.

Antes de labrar su precoz carrera como diseñador, Wang navegó por distintas áreas del negocio. En Nueva York trabajó un semestre en los lujosos almacenes Barneys y otro como becario en la revista Vogue. Allí vio por primera vez a la todopoderosa Anna Wintour. "Pasaba por delante de su despacho y quería mirar dentro, pero no me atrevía", recuerda. En 2008 se alzó con la beca de 20.000 dólares que cada año otorgan el CFDA y Vogue a jóvenes diseñadores para que impulsen su marca. Además del dinero, pueden elegir un mentor, y Wang lo aprovechó para reencontrarse con Diane von Furstenberg. Ella le abrió las puertas de su oficina y le ayudó a planificar el crecimiento de su negocio. Se hicieron amigos y ahora es una de sus hadas madrinas (Wintour y su madre son las otras dos). Al fin y al cabo, Furstenberg también ha bailado bastante y sabe de moda y de fiestas. El centro de la pista, eso sí, es ahora para el príncipe Wang.

PODER ASIÁTICO. Wang, con sus colegas Jason Wu y Richard Chai, en los premios del CFDA de 2010. Ganó el Premio Swarovski de diseño de accesorios. La modelo Irina Lazareanu y el 'dj' Spank Rock, en la apertura de la tienda insignia de Wang en Nueva York en 2010. Desfile de primavera de 2009. Alexander Wang, preparando su colección de otoño invierno 2009. Desfile de su colección de primavera de 2010. /b> La 'top model' Karlie Kloss, desfilando en otoño de 2008. El diseñador, en la fiesta de su colección de primavera de 2009. La colección de otoño de 2009 se presentó en una sala de baile. Desfile de otoño- invierno de 2010, con una revisión de la ropa de Wall Street. Courtney Love, cantando en la fiesta del desfile de primavera de 2010.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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