Violines a fuego lento
Fabrica desde hace cuatro décadas cinco instrumentos al año en el taller de Malasaña que fundó su padre - Algunos de sus violines se subastan en Sotheby's
Amaga una sonrisa y dispara: "Esto es lo que me hace saltar de la cama cada día", dice el lutier Fernando Solar sin apartar la mirada de un violín de estilo cremonense (1700) y geometría perfecta. El artesano exhibe el instrumento para justificar la singularidad de un oficio que desarrolla a fuego lento desde hace 40 años en un minúsculo taller de la calle del Divino Pastor (Malasaña). En él nació y en él construye por encargo violines, violas y violonchelos, siguiendo la impronta de su padre, decano de los lutieres, que fundó la firma en 1948. Como homenaje, conserva la primera obra que el patriarca montó con tan solo ocho años.
Fernando Solar (Madrid, 1952) concibe un máximo de cinco instrumentos al año, que vende por unos 15.000 euros. Pasa por ser el más cotizado de España. Almacena pedidos para 2014 y presume de tener como clientes a estudiantes, concertistas -cuyos nombres no revela- e inversores. "Se han disparado los especuladores en los últimos diez años", admite.
"Se han disparado los especuladores en los últimos diez años", admite
Sus obras viajan a Japón y EE UU y por ellas pujan coleccionistas
Las piezas reposan en un almacén secreto de Madrid durante décadas
"Las escuelas te enseñan la técnica pero no a ser un profesional", afirma
Sus violines viajan a Japón y EE UU y por ellos pujan coleccionistas de medio mundo en la prestigiosa casa de subastas Sotheby's, cuyo catálogo descansa sobre un mostrador poblado de viruta y herramientas de apariencia medieval. También son conocidas sus creaciones en Tarisio (que el pasado 20 junio vendió por 11 millones de euros el Stradivarius Lady Blunt). Como en otras disciplinas, la cotización del violín se dispara cuando el artesano muere.
Aborda la creación como un parto. Coexisten en el proceso la rudeza de la gubia (especie de cincel para tallar), la precisión del ensamblaje y la delicadeza del barnizado. "La madre naturaleza nos proporciona las resinas y la paciencia es un ingrediente más", explica.
Sus violines comenzaron a esbozarse hace 70 años, cuando el padre de Fernando desbastó las maderas de arce y abeto con las que el hijo monta hoy los instrumentos. Es en la génesis donde el artesano se enfrenta con violencia a la materia y el cepillo arde. Después, las piezas reposan en un almacén secreto de algún lugar de Madrid durante varias décadas para que adquieran cuerpo. "La madera es mi tesoro", cuenta con pasión.
La madera es su tesoro y también la llave del éxito. El italiano Antonio Stradivari (1644-1737) firmó sus ejemplares más sublimes con la de un pino que encontró en un río. El maestro de Malasaña hace lo propio con la herencia de su patriarca, que adquirió las piezas en bosques de Austria y Alemania. "Es lo que tiene ser hijo de papá, que ya tienes mucho camino recorrido".
Sostiene Solar que en la vida no hay nada fortuito. Por eso, cuando con 20 años decidió aparcar una prometedora carrera como ingeniero industrial para dedicarse a los violines, lo entendió todo. La imagen del padre trabajando en silencio en el taller le había pasado factura. El pionero de los Solar le inoculó en vena el oficio durante todos esos años con sus anécdotas, que le relataba tras la cena, cuando se apagaban las luces y el patriarca salía al balcón a echar un pitillo.
La crisis afecta, pero no arrolla. La veintena de lutieres de Madrid mantienen los pedidos gracias a Internet y también al auge de los concertistas que experimenta la ciudad.
El suyo es un oficio vocacional, que se mama desde la cuna. No existen escuelas de renombre en España y los interesados en formarse en el "noble arte" deben acudir a Alemania, Francia y EE UU. "Las escuelas te enseñan la técnica pero no a ser un profesional", dice Solar, que se confiesa admirador de la potencia y sonoridad de Giuseppe Guarneri del Gesú (1698-1744), de la Escuela de Cremona, en Italia.
Despojado de la técnica, él se siente libre. Dice haber alcanzado la independencia creativa, el punto donde el artesano se transmuta en artista. "Ahora sólo hago caso al corazón, que nunca falla".
El violín le envuelve. Su mujer le acompaña en silencio en el taller. Su hijo de 31 años, y que lleva su mismo nombre, sigue la senda marcada: es violinista de formación, construye estos instrumentos desde hace ocho años y comprueba la sonoridad de los creados por su padre. "Traspasarle los conocimientos al chaval es lo mejor que me ha pasado en la vida", presume. Su certeza en la continuidad de la saga llega hasta el punto de comprar madera para su nieto, que todavía no ha nacido.
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