Avispero tailandés
El resultado de las elecciones tailandesas del domingo reabre un campo minado y, a la vez, la esperanza de acabar con seis años de crisis política, frecuentemente violenta, en un país dividido. La mayor incógnita que plantea la victoria arrolladora de Yingluck Shinawatra, hermana del derrocado ex primer ministro en el exilio Thaksin Shinawatra, es si la élite conservadora y el Ejército, árbitro del poder, respetarán un resultado -el triunfo incontestable de un partido populista- que humilla a unos estamentos acostumbrados, junto con la corona y los tribunales, a imponer su voluntad en Tailandia. Permanecen frescas las batallas campales de Bangkok en las que murieron hace un año a manos del ejército casi un centenar de camisas rojas, partidarios del mandatario exiliado, acusado de corrupción.
La dimensión de la victoria del partido Puea Thai -265 de los 500 escaños del Parlamento- ha llevado a los generales que en 2006 echaron del poder a Thaksin a apoyar los resultados y prometer no interferir. Con tacto encomiable, Yingluck Shinawatra, hasta hace unos meses novicia política y presumiblemente primera jefa de Gobierno tailandesa, anuncia que, pese a su mayoría absoluta, gobernará en coalición con cuatro partidos. Lo que ensanchará imbatiblemente su base parlamentaria y alejará las sospechas de que vaya a ser una correa de transmisión de los intereses de su multimillonario hermano, tan vituperado por el establishment como querido por la Tailandia rural y pobre.
La líder del Puea Thai tiene por delante la peliaguda tarea de satisfacer las expectativas de sus votantes -un Gobierno popular, capaz de hacer las reformas económicas que exigen millones de olvidados- sin chocar frontalmente con unos poderes fácticos al acecho. No cabría mayor torpeza en este contexto, por jaleada que fuera en el partido, que pretender ahora una amnistía que permitiera el rápido regreso de su hermano a Tailandia.
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