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LA ZONA FANTASMA
Columna
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¿Por qué quieren ser políticos?

Javier Marías

A nadie, más que a los propios políticos (bueno, a los más tontos), le ha podido sorprender a estas alturas la aversión que gran parte de la población siente hacia ellos y que se ha manifestado de manera vehemente a raíz de la ocupación de las plazas de toda España. Quienes intentan etiquetar a estas gentes están fracasando: no todas son "jóvenes", ni "antisistema", ni siquiera "de izquierdas" (o no al modo tradicional del término), ni desde luego "rubalcábidas", como se han atrevido a sostener la prensa y los tertulianos más obtusos, que ven al Vicepresidente Rubalcaba como a un "Criminal Mastermind", que era el título que se confería a sí mismo el maquiavélico Profesor Moriarty, archienemigo de Sherlock Holmes y forjador de desgracias y catástrofes para su propio placer malsano (copias de este Profesor las ha habido a decenas, desde el Lex Luthor de Supermán hasta el Joker de Batman, por mencionar a dos bien conocidos). Los componentes del llamado "Movimiento 15-M" son en su mayoría personas normales, con y sin estudios, de diferentes clases sociales y edades; más o menos como los ciudadanos que llevan ya tiempo señalando, en las encuestas, a los políticos como el segundo o tercer mayor problema de España. Con ser en sí mala la cosa, lo peor es que éstos no reaccionan ni hacen limpieza en sus filas. Más bien se les ve una tendencia a atrincherarse y a proclamarse "sacrosantos", como se comprobó en los sospechosos altercados habidos en Barcelona hace unas semanas: unos se montaban con aparatosidad en helicópteros para sortear a las "turbas" y otros -Felip Puig, el insidioso y taimado conseller de Interior de la Generalitat- poco menos que alentaban a esas "turbas" con su dejadez y tal vez -tal vez- con sus agitadores mossos infiltrados, para poder poner luego el grito en lo más alto del cielo y demonizar a los manifestantes en general, cuando resultó obvio que los agresivos fueron una minoría, reprendida además en el acto por la mayoría.

"No tienen la admiración de nadie; se los acusa de corruptos y de títeres del poder económico"

Nuestros políticos gozan de muy mala fama desde hace mucho. Tan mala que lo que cabe preguntarse es por qué quieren serlo. No tienen las simpatías ni la admiración de nadie -quitando a los militantes ciegos de cada partido-; se los culpa de todos los males; reciben insultos constantes de sus rivales y últimamente también de la ciudadanía; se los acusa de ladrones y corruptos con excesiva frecuencia; se los percibe como a individuos vagos o incompetentes o malvados, cuando no como a puros idiotas; se les reprocha procurar su propio beneficio o el de sus partidos y casi nunca el de sus gobernados; cada vez más se los considera títeres del poder económico. Trae tan poca cuenta y tantos sinsabores ser hoy político que uno no entiende cómo es que hay tantos aspirantes a hacer de muñeco de las bofetadas. A mi modo de ver hay cinco grupos: a) sujetos mediocres que nunca podrían hacer carrera -ni tener un sueldo- si no fuera en un medio tan poco exigente como la política (sé de algún alcalde de ciudad conocido en ella, sobre todo, por ser un completo iletrado y darle a la frasca); b) sujetos que ven un modo de enriquecerse (así lo explicó sin tapujos uno que no quedó lejos de llegar a ministro); c) sujetos que sólo ansían tener poder, es decir, mandar y que la gente les pida favores; tener potestad para denegar o dar y salir en televisión; en suma, ser "alguien" (recuerdo haberle oído contar a mi padre que, apenas quince días antes de la derrota -ya segura- de la República en la Guerra Civil, había tortas para ser nombrado ministro de lo que fuese en la última remodelación gubernamental, cuando ocupar un cargo así sólo iba a traer muy graves problemas a quienes los ocupasen, al cabo de dos semanas: la vanidad no sabe de cálculos); d) fanáticos de sus ideas o metas que sólo aspiran a imponerlas; e) individuos con verdadera vocación política, con espíritu de servicio, buena fe y ganas de ser útiles al conjunto de la población y de mejorarle las condiciones de vida, de libertad y de justicia.

No hace falta decir que, de estos cinco grupos (expuestos -me disculpo- con la grosería inherente a toda simplificación), el único que merece respeto, vale la pena y resulta beneficioso y necesario es el último, que quizá por eso sea el menos nutrido. Lo llamativo es que los votantes no parezcan saber distinguir a los pertenecientes a cada grupo. Acaso no sea fácil, dado que los de los cuatro primeros fingen y engañan, copian y adoptan las maneras y los discursos de los del quinto, se presentan invariablemente como personas desinteresadas y abnegadas. Si en cada legislatura cambiaran las caras, podría entenderse que les diéramos siempre un voto de confianza y nos colaran gato por liebre. Pero esta ingenuidad no es admisible con los políticos veteranos, porque nadie es capaz de fingir bien mucho tiempo. Fingir es difícil y cansa, y el zafio, el oportunista, el tonto, el bruto, el aprovechado, el ladino, el ladrón, el engreído, el fanático, el déspota, todos acaban por parecer lo que son, y sin tardanza. ¿Cómo es que no lo vemos año tras año, legislatura tras legislatura? ¿Cómo es que no sabemos distinguir a los del quinto grupo -que los hay- ni eliminar poco a poco a los de los otros cuatro? Tal vez sería algo a lo que se podrían aplicar los integrantes del 15-M: no a descalificarlos a todos, que es lo que Franco hacía para justificar su prohibición de los partidos; sino a ir señalando, con nombres y apellidos si hace falta, a la enorme cantidad de mediocres, codiciosos, corruptos, fanáticos y engreídos que se han hecho con tanto poder en España.

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