Puede
Pueda ser que el 15-M acabe siendo un emblema de identidad para una generación, su bautizo espectacular para el compromiso político, como lo fueron otras fechas renombradas para otras generaciones. Puede que vaya a ser sólo eso, pero ser sólo eso ya es ser bastante. Hemos hablado de una generación perdida, y a quienes hemos tenido, y seguimos teniendo, contacto con el mundo joven estos últimos años nos ha podido llamar la atención su afincamiento en una especie de limbo dorado, real o artificial, con una vinculación blanda a valores que les venían dados y que eran asumidos de forma acrítica y, en ocasiones, muy contradictoria e incoherente. Lo hemos podido observar incluso en Euskadi, donde la política patriótica y martiriológica ha tenido la necesidad de incidir de forma más activa en la ideologización de los sectores juveniles. El efecto alcanzado ha podido ser fructífero para la vindicación patriótica, pero lo ha sido más por una difusión dogmática que como consecuencia de una actitud reflexiva. El bagaje político de nuestros jóvenes se articulaba en torno a tabúes y términos sagrados, pocos y mal comprendidos, que funcionaban como un cinturón de castidad -o como algo peor en ocasiones- en cuanto cualquier dato o concepto nuevo amenazaba con cuestionarlos.
Y he aquí que, de pronto, nuestros jóvenes indignados acampan y se reúnen en las plazas más céntricas de nuestras ciudades y comienzan a hablar de política y de democracia. Los resultados de esta conversación ininterrumpida pueden parecernos decepcionantes, pero quizá debiéramos prestarles oído, y lo que me parece cuestionable es que nos limitemos a valorarlos desde nuestros prejuicios y desde nuestros intereses. Puede que haya anarco-comunistas entre ellos, puede que haya perroflautistas y hasta puede que haya quienes reivindicando una democracia real lo que deseen es cargarse la democracia. Pero considero inadecuado aplicar cualquiera de esos puede al movimiento en su conjunto, que da la impresión de haber imantado más a individuos desconcertados que a militantes políticamente activos o a adscritos a una determinada ideología, de ahí tal vez la novedad de algunos de sus rasgos más característicos.
Es notable su rechazo de la violencia -los brotes que hayan podido surgir en su seno han sido rápidamente atajados y en ningún caso han sido justificados-, como es notable también su vocación europeísta en un momento de repliegue nacionalista en el continente. Resulta igualmente llamativa su nula apelación a los alineamientos ideológicos o la escasa exhibición de banderas en sus acampadas y manifestaciones. Pese a la imprecisa articulación de sus propuestas, lo que parece evidente es que rompen con las líneas dominantes del discurso de distribución del poder de la España de la Transición. Es posible que no ofrezcan ningún resultado inmediato, pero también lo es que sirvan de escuela de ciudadanía para la sociedad española del futuro.
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