Parálisis europea
La crisis griega debe resolverse antes de julio para salvaguardar las reformas de los países periféricos
El respiro que proporcionó el viernes el acuerdo franco-alemán para garantizar que la reestructuración de la deuda griega será voluntaria se convirtió en una nueva decepción durante la madrugada del lunes. Los ministros de Finanzas de la UE, reunidos en Luxemburgo, fueron incapaces de articular un acuerdo para desbloquear el tramo de ayuda (12.000 millones de euros) que Grecia necesita para sobrevivir. Con una calma inapropiada en estas circunstancias, Europa ha dejado el caso griego para una cumbre extraordinaria del 3 de julio en la que quizá se aprueben las ayudas si el Gobierno de Papandreu, asfixiado por una crisis política que casi le tiene paralizado, supera la moción de censura y aprueba los recortes presupuestarios adicionales que exige Europa.
Esta carrera de obstáculos que debe superar Atenas sería agobiante incluso en épocas de calma política; en un periodo de agitación social (causada por los recortes en servicios y prestaciones), la tarea es heroica. El Gobierno griego tiene que ofrendar a los ministros europeos y al Fondo Monetario Internacional (FMI) más reducciones de gasto y ventas de activos públicos por 50.000 millones de euros. Y eso para recibir los 12.000 millones ya aprobados en 2010 y optar, en septiembre, a un nuevo rescate de 120.000 millones (el primero ha fracasado). Grecia no tiene opciones (es ajuste o default) y Europa tampoco, porque es salvar Grecia o hundir el euro.
A esta situación se ha llegado por la incapacidad de las instituciones para poner en marcha planes de rescate creíbles, que no ahoguen a los países que presuntamente se rescatan con exigencias de estabilidad fiscal imposibles de cumplir. Pero es que ni siquiera en una crisis extrema, con un país al borde del colapso y los mercados estallando por las costuras, los ministros de Finanzas son capaces de ponerse de acuerdo para salvar a Grecia del desastre inmediato. El FMI ha tenido que advertir del riesgo de contagio de la crisis griega a los países con planes de ajuste en curso.
La imagen que da Europa es mala. La semana pasada, las Bolsas europeas se desplomaron y los diferenciales de deuda de los países periféricos se dispararon precisamente como respuesta a la incapacidad para responder a la crisis griega. Hoy se incurre en el mismo error; las Bolsas vuelven a caer y los diferenciales de deuda saltan a la estratosfera a pesar de las lecciones recientes. Las instituciones que deben velar por la estabilidad del euro no caen en la cuenta de que están empujando a Grecia hacia un crash. Demorar la entrega de los 12.000 millones equivale a exacerbar la crisis política griega, y esta, a su vez, impide la definición de nuevos ajustes.
El daño que produce la desvertebración europea a la deuda española, a la cotización de las acciones bancarias y a las salidas a Bolsa que necesita la reforma financiera española es incalculable. Ni Grecia ni los países más afectados por la vorágine se merecen que la solución al problema se retrase (en el mejor de los casos) hasta el 3 de julio. La decisión debería ser inmediata.
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