Déjenlo ahí
La hija de Franco es partidaria de que su cadáver permanezca en el Valle de los Caídos. Yo también. Supongo que ambas coincidimos en que la Basílica representa el impulso supremo consagrado por su padre a la perpetuación de su memoria. Hasta ahí nuestro consenso, aunque la paradoja va más allá. Estoy segura de que la postura del socialista Jáuregui, que pretende convertir ese monumento en un lugar de "memoria reconciliada", le habrá gustado mucho más que a mí.
Las obras costaron 1.086.460.331,89 pesetas en una época donde la miseria hacía rebrotar enfermedades erradicadas en el siglo XIX, donde una corrupción de dimensiones incalculables mató de hambre y de epidemias, solo dentro de las cárceles, solo a modo de ejemplo, a unas 100.000 personas, donde, en 1942, las cáscaras de cacahuete constaban como alimento en las cartillas de racionamiento. Se sabe que, hasta 1950, los obreros fueron presos políticos, pero no tanto que su patrón nunca fue el Estado, sino algunas constructoras privadas cuyos propietarios, entre ellos ciertos apellidos que hoy figuran en el Ibex 35, hicieron el negocio de su vida.
En aquel país, en aquellas condiciones, se levantó la Basílica, el gran regalo que Franco hizo a los españoles. Lo que podría haberse gastado en escuelas, en hospitales, en infraestructuras, lo invirtió en su mausoleo. Por eso, las dificultades técnicas no pueden impedir que hasta el último republicano, identificado o sin identificar, salga de allí. Por eso, convertir Cuelgamuros en un símbolo de reconciliación es lo mismo que lavarle la cara al dictador, asumir que la sangría que acabó de consumir los últimos recursos de un país desangrado tuvo sentido. Pero hay algo más. Si Franco sale del Valle de los Caídos, las generaciones futuras se verán privadas del derecho a juzgarle por su gran obra. Por favor, déjenlo ahí.
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