Un encantador en la Urbana
Joan Delort, eterno alto cargo de Interior, llega a Barcelona con fama de maquiavélico y de gran sabio de la seguridad
Joan Delort va camino de convertirse en una leyenda de la supervivencia política. Su fichaje como gerente de la Guardia Urbana de Barcelona, el cuerpo que le vio nacer como policía raso en 1980, es la última campanada de una carrera incombustible. Delort ha visto pasar Gobiernos de todos los colores mientras él permanecía, sempiterno, como alto cargo de Interior y personificación del poder policial en Cataluña. Lo ha logrado gracias a un incansable apego al poder y a una envidiable capacidad para presentarse ante los demás como figura imprescindible de la seguridad pública.
Nacido hace 54 años en una familia de clase media, Delort tiene modales de cortesano y alma de mando policial. Su trato exquisito, su perfecta dicción, su capacidad para cautivar y caer en gracia a los demás, su encanto, en fin, le han dado la llave para construir un mito que sus rivales consideran inmerecido. Delort pasa por ser el demiurgo del sistema policial de Cataluña. Y, aunque conoce como nadie sus interioridades, lo cierto este licenciado en Filosofía y Letras no es exactamente un teórico de la seguridad.
Trias ficha a Delort, que ha sobrevivido a consejeros de CiU, PSC e Iniciativa
Es temido porque acumula mucha información desde hace años
"Tiene gran capacidad de convicción, te lleva a su terreno. Es un encantador de serpientes. Pero si rascas un poco, ves que no tiene discurso", afirma un excolaborador de su etapa en Interior. En 10 años, la cartera ha cambiado de manos tres veces. Delort ha sido la constante de esa década y su único hilo conductor. Para bien y para mal, es uno de los máximos responsables del despliegue de los Mossos d'Esquadra. El convergente Xavier Pomés lo nombró director de Tráfico. La socialista Montserrat Tura le designó secretario de Seguridad. Y el ecosocialista Joan Saura le añadió el rol de director general de la policía tras la dimisión de su amigo Rafael Olmos por las duras cargas contra los estudiantes anti-Bolonia, en 2009.
Los críticos de Delort ven detrás de su ascenso a un genio de lo maquiavélico capaz de renegar de sus antiguos jefes (pero "siempre a sus espaldas") para afianzarse en el poder. Y aprecian, también, a un político hábil ("dicen que es solo un técnico, ¡pero es el más político de todos!") que medra en la sombra con maniobras desleales. En la anterior legislatura, dio la puntilla a Saura instigando la rebelión contra el código de ética, uno de los proyectos estrella de su mandato. "Delort solo es fiel a sí mismo. Tiene un ego inmenso y le encanta el poder", asegura un mando policial.
En vez de una ambición desmedida, sus partidarios -o quienes se han dejado fascinar por sus dotes de aristócrata afrancesado, su sonrisa tierna, sus maneras de seductor- ven en la supervivencia de Delort un valor. Los profesionales, según ese juicio, deben quedar al margen de los vaivenes políticos. "[El alcalde electo de Barcelona] Xavier Trias ha hecho un gran fichaje. Es un profesional con capacidad para organizar equipos, que ha compaginado el estudio con la gestión diaria. Es leal a las instituciones y ya está".
Admiradores y detractores coinciden en un rasgo que define al personaje: le gusta mandar, controlar cada detalle y hacer que su criterio prevalezca. "Quizá se inmiscuía demasiado en el trabajo de los mandos" de los Mossos, afirma una persona que compartió con él muchas horas en su etapa de secretario. Ese tic de entremetido llegó al paroxismo en la época de Saura: "No quería que el consejero mandase".
Lo curioso es que nadie le conoce. O sea, más allá de su esfera profesional. "Es reservado", dice un hombre que se considera amigo, pero que tiene dificultades para citar una sola una afición de Delort. "Creo que le gustan las excursiones a la montaña". Ese hermetismo casi absoluto sobre su vida privada es compatible con una habilidad innata para las relaciones públicas. "Nunca hablaba de cosas personales. Estaba solo por su trabajo. Ha sido así desde siempre". Separado y padre de una hija, vive a caballo entre Barcelona y Girona y, aunque siempre mantiene la cabeza fría, "es muy dado a la coña". "Le gustaba hacer bromas en momentos de máxima tensión", recuerda un colaborador. Todos saben que lleva una vida corriente. Y poco más. Es íntimo de Olmos, con quien comparte, dicen sus críticos, "una mismas actitud ante las cosas". "Delort disfruta con el poder. Y es temido porque acumula mucha información desde hace muchos años", añaden esas fuentes.
Vestido casi siempre con traje y corbata, Delort ha hecho de la sede de Interior su corte y ha tejido muchas de sus intrigas palaciegas. Ha procurado permanecer en segundo plano para no desgastarse. Pero como policía que es, no ha rechazado la acción. En su época de secretario de seguridad, enfundado en tejanos, pasó noches en lugares complicados como La Jonquera, Can Tunis y Sant Cosme.
De joven, en la transición, militó en el Partido del Trabajo de España, de corte maoísta, pero abandonó sus inclinaciones políticas para preparar la oposición a guardia urbano. Se licenció en la 46ª promoción, la misma que su rival y jefe saliente de la Urbana, Xavier Vilaró. Fue jefe de policía de Barberà del Vallès, Sant Feliu de Llobregat y Girona, y en todos esos lugares, antes de recalar en Interior, exhibió sus dotes de comunicador. "Tenía una visión progresista de la seguridad y daba gusto llevarlo por ahí: caía bien a todo el mundo".
En una entrevista en la que acusó públicamente a Saura de haber hecho "tocar fondo" a los Mossos, Delort dijo que había llegado el momento de efectuar una "parada técnica". Acertó: la parada ha sido breve. En apenas dos meses, después de que el actual consejero, Felip Puig, le descartara tras nombrarle asesor, sabe que volverá a tocar poder; 31 años después, Delort y sus encantos vuelven para dirigir el futuro de la Guardia Urbana.
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