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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Músicas azules

La novela es un género de la literatura, hoy mostrenco; pero la poesía, sin género alguno, es la literatura. De ahí que si las novelas sean cada vez peores, elefantiásicas, falsas o periodísticas (salvo excepciones), los poemas sigan luciendo, sorprendiendo y volteando al mundo.

Un programa de Radio Nacional, Estación azul, que ya ha cumplido diez años, se sintoniza ahora, a las cuatro de la tarde de los sábados, acogiendo ese efecto primordial. Javier Lostalé que aparece como colaborador, posee una voz tan especial, sabia y perenne que llama a la atención desde muy lejos. Ahora trabaja después del almuerzo y es quien, con otros colegas más, sirve esta pieza que nos llena de cielo y agua la sobremesa.

La poesía, sin embargo, es tan irreemplazable como las venas, la inteligencia o la sensualidad

No pocas novedades de las tecnologías de la comunicación han chocado con Javier Lostalé y contra mí mismo pero curiosamente, este programa de la radiofonía, lleno de poetas jóvenes viene a ser un inesperado reencuentro con el pasado, el presente y el porvenir.

Por eso cabe decir que si la novela es un género dentro de la literatura, tal como el vals dentro de la música, la poesía es la música misma. Algunos de nosotros, gentes de mal oído y de escasa melomanía, somos muy capaces de vivir sin música/música pero la explicación radica en que la música, cuestión de vida o muerte, nos llega mediante la secuencia sonora que ofrece la poesía.

Prácticamente todos los jóvenes que acuden a la Estación azul son amantes o adictos de la música porque, en efecto, la música es hoy todo. Y, estando vivos, hasta la respiración, no ya el canturreo, se confunde con una u otra melodía.

Sin embargo, esta pasión resbala fácilmente hacia el son de la poesía. Puede que unos sean más aficionados a las notas que a las sílabas, que redacten con mayor facilidad una nota pero, efectivamente, de estos impulsos, breves y llameantes, se compone el arte y la comunicación de hoy. La comunicación poética que hilvana todos los tiempos.

Una chica, Luna Miguel, que nació en Alcalá de Henares hace apenas 21 años es la poeta a quien recuerdo mientras escribo. Ella fue la última o la penúltima a la que escuché recitar dos de sus poemas en una reciente emisión de la Estación azul y fue entonces cuando decidí apearme y dar las gracias.

No necesitan posiblemente más apoyo. El programa ha ganado un montón de premios y no requiere más inyecciones de salud; es la salud de los demás a la que me refiero. Si el libro se acaba, si el papel se desvanece, si la escritura se degrada ¿qué quedará del arte literario? Probablemente muy poco de aquel que tenga que ver con la narración porque ya, a estas alturas, muchos otros medios cuentan las cosas mejor, con más tino, verdad, velocidad y eficiencia.

La poesía, sin embargo, es tan irreemplazable como las venas, la inteligencia o la sensualidad. De este universo, Luna Miguel (hija de un profesor de literatura y de una modesta editora) compone unos versos que nunca se nos ocurrirían a las gentes de mi generación ni de la siguiente ni de la anterior pero que son el lenguaje que mejor entendemos.

Editoriales menuda como El cangrejo pistolero o Pliegos Chichimeca bortan entre los entresijos de la nueva cultura y al lado de revistas como El coloquio de los perros o La bella Varsovia. Podría decirse que estos tipos están chalados. Están chiflados los títulos y las cabeceras que escogen. Pero, ciertamente, al poner atención a lo que escriben, verso tras verso, sus delirios se saborean como golosinas de primera calidad. Músicas azules para nosotros los viejos y sordos de la música.

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