El arte de los currantes
La inmensa mayoría de los toreros son como cualquier mortal: unos honestos currantes que tratan de hacer bien su trabajo, y unos días les sale mejor, y otros, peor. Bueno, no es exactamente así: los toreros se juegan la vida, son héroes y buscan la gloria, mientras el resto de la humanidad pretende vivir lo más tranquilamente que pueda.
Todos no son artistas en un momento en el que se valora, por encima de todo, el sentimiento, la gracia, el donaire, el aroma, la magia, la inspiración... Y con el toro ocurre igual: se busca el animal bien hecho, recogido de pitones, bravo y noble hasta la santidad, y que embista con fijeza, largura, compás, ritmo... Un mirlo blanco.
Y los currantes honestos dan lo que tienen: vergüenza, entrega, ilusión y valor. Casi nada. Ese es su arte, y gracias también a ellos esta fiesta ha llegado hasta nuestros días.
PÉREZ TABERNERO / FERRERA, AGUILAR, PINAR
Toros de Javier Pérez Tabernero -el sexto, devuelto-, desigualmente presentados, mansos y descastados; noble el tercero. Sobrero de Valdefresno, noble e inválido.
Antonio Ferrera: media estocada y un descabello (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio).
Sergio Aguilar: estocada (ovación); pinchazo -aviso- y estocada baja (silencio).
Rubén Pinar: estocada (oreja); pinchazo, estocada -aviso- (ovación)
Plaza de Las Ventas, 10 de junio. Cuarta corrida de feria. Más de media entrada.
Rubén Pinar, por ejemplo, no es un exquisito que desparrame aroma, pero hay que quitarse el sombrero ante la entrega que demostró ayer, el ardor infinito, el compromiso con el triunfo... Había arrancado una oreja a su noble y blando primero con un pundonor encomiable; y con buen gusto también en un par de tandas de naturales, con el toro largo y humillado, que tuvieron sabor del bueno. No fue la suya una faena maciza, pero quedó patente que un torero había creado emoción. Y salió a por todas en el sexto, que recibió con cuatro estatuarios con las plantas muy firmes. El animal acudía largo y con son, aunque las fuerzas no le acompañaban, pero ahí tenía delante a un chaval con unos deseos enormes de romper la tarde y abrir la puerta grande. Lo intentó de todas las maneras posibles, se dejó llegar los pitones a la taleguilla, terminó con unas ceñidas manoletinas y solo le faltó un triple salto mortal para expresar sus ganas. No pudo ser; incluso salió trompicado al entrar a matar, pero toreros como Pinar se ganan por derecho propio el respeto y la admiración de todos.
Menos fortuna tuvieron otros dos currantes, Antonio Ferrera y Sergio Aguilar, que salieron airosos del trance, tras darse de bruces con lotes infames de toros inservibles. Ferrera, por ejemplo, lo da todo y se vacía en el tercio de banderillas, aunque ayer solo pudo brillar en un par al quiebro por los adentros. No siempre se tiene un buen día ni siquiera en aquello en lo que uno es especialista. Estuvo un poco pesado con la muleta, ésa es la verdad; quizá, por su desmedido interés en buscar algún lucimiento con los dos marmolillos que le tocaron en suerte. Pero él, que sabe mejor que nadie que aquello no tenía solución, debe tener en cuenta que los pesados aburren, y eso no está bien.
Y a la zaga anduvo Sergio Aguilar, con largas faenas, también, y sin sal su labor, y sin calidad sus toros. Bueno, una tanda de naturales admitió su primero, y otra con la derecha el segundo. Pero el torero insistió e insistió, y no sacó nada, como era previsible.
En fin, honor y gloria a los currantes; lo que se ven obligados a bailar con la más fea -los toros de ayer, feos y muy deslucidos-, y a los que el jurado exigente de la plaza examina con la misma exigencia que a las figuras. Ellos son héroes, porque hay que serlo para buscar la gloria delante de un toro y no pasar la vida en una aburrida oficina.
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