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Columna
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Blandir

David Trueba

El eurodiputado español Sosa Wagner, que tiene dos apellidos que forman un cóctel agridulce, blandió ayer durante su discurso un pepino. De esta forma, ocupó los telediarios y puede que hoy mismo sea portada de algún periódico; aún no se alcanza a ver desde esta penúltima posición ganada a pulso. Un buen espectador sospecha que dentro de poco su imagen servirá a las humoradas televisivas. Le cambiarán el sonido y, sacado de contexto, hablará de algún famoso bien dotado o de la vida íntima de alguna pareja de moda.

Esa forma de ilustrar la política se parece mucho a los telediarios sensacionalistas. Si por ellos fuera, presentarían en el plató el cadáver descuartizado de una víctima y lo estudiarían al detalle para goce de los espectadores bien informados. Enseñar cosas en la tribuna es un mensaje tan antiguo como aquel de los primeros dentífricos con flúor, cuando un señor en bata nos decía: "Imaginad que esta tiza es un diente". El poder de imaginar, por más que se invoque, queda cercenado en cuanto un tipo enseña. Por eso el erotismo siempre estuvo reñido con la pornografía. Uno es el arte de sugerir y el otro, la disciplina del blandir.

Es una lástima que el europarlamento solo aparezca en nuestros noticiarios cuando hay una salida de tono. Pasa igual con los partidos de las ligas lejanas, que solo son citados si hay una jugada de torpeza risible, un gol impresionante o una tangana salvaje. La crisis del pepino español, a medida que se olviden los muertos y el Gobierno alemán deje de pisotear industrias propias y ajenas, quedará como un suceso grotesco y azaroso.

Pero si quieren reconciliarse con la institución, busquen en Internet el discurso del eurodiputado Daniel Cohn-Bendit sobre la crisis financiera griega. Tiene un año de antigüedad, pero circula por la Red subtitulado a varios idiomas de la Unión. Si hubiera sacado un pepino o amamantado un bebé en la tribuna, quizá habría merecido más eco en los informativos.

Pero ahora resuena con la rabia y la brillantez de quien denuncia una manera errónea de hacer las cosas. Sobrevive en la actualidad por la curiosidad de la gente; tiene mérito, porque los discursos oportunistas de los políticos envejecen al ritmo de vida de los mosquitos.

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