Móviles que echan humo
Es la OMS? Que se ponga. Que me pregunta el capitán que por dónde van a alarmar hoy". Si Gila estuviera aún entre nosotros, podría haber comenzado uno de sus chistes así. O no, porque Gila siempre usaba un teléfono con cable, y no sabemos si se habría asustado después del anuncio de la OMS sobre la posible capacidad para causar cáncer de las emisiones de los teléfonos móviles. No es que descubrir que algo pueda producir cáncer sea para reírse -tampoco lo es una guerra, y hay que ver
la punta que le sacaba Gila-. Es que hay maneras de comunicar un posible peligro a la población que parecen sacadas de un manual para incendiarios.
Eso de "nuestro trabajo no es dar recomendaciones", que dijeron los expertos de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), casa mal con las atribuciones de un organismo que debe velar por la salud mundial. Porque, aunque el IARC sea independiente, en el sentido de que toma sus decisiones sin recibir presiones de su casa madre, que es la OMS, tiene una evidente conexión con el organismo que dirige Margaret Chan -y que se financia con las aportaciones de los Gobiernos a los que los concienzudos científicos pasaron la patata caliente-. Y les hubiera bastado una llamada (o un correo electrónico, tampoco es cuestión de presuponerles incoherencia) para que los servicios de prensa de la organización les hubieran echado una mano en su política informativa, como hicieron para convocar a los periodistas de todo el mundo a la teleconferencia en la que iban a soltar su bombazo. O su seudobombazo. Porque luego, si se mira a fondo, lo que vinieron a decir los expertos es que bastaba con seguir como hasta ahora, analizando el posible efecto de las radiaciones. Por si acaso. Y "por si acaso" es la peor de las premisas científicas posibles.
La consecuencia inmediata del patinazo informativo afectó a los responsables de salud pública de medio mundo, empezando
por la de la OMS, María Neira. Esta se pasó el día contestando llamadas -desde su BlackBerry- de periodistas inquietos por la alerta causada. Si algún día se demostrara que el IARC tenía razón, ella será una de las víctimas.
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