La casa como cruce de caminos
Más que en una mesa, Antonio Colinas trabaja en un cruce de caminos. En la pared, la pintura de un eccehomo que perteneció al abuelo de su mujer; sobre la mesa, un busto de Dante, un "budita" comprado en un rastro en China y la talla de una diosa púnica traída de Ibiza, la isla en la que el poeta pasó 21 años después de vivir en Italia. La tradición cristiana y la oriental, el Mediterráneo y el noroeste peninsular confluyen en la vivienda salmantina de Colinas (La Bañeza, León, 1946) tanto como en sus versos, recopilados recientemente en Obra poética completa (Siruela). Desde la ventana del escritor leonés, en un sexto piso, se ve un parque y la iglesia de Sanctis Spiritus. El solar que ocupa su casa, cuenta, lo ocupó siglos atrás el convento en el que vivía la monja para la que fray Luis tradujo el Cantar de los cantares, traducción que terminaría llevándole a la cárcel. Poeta y traductor también, Colinas se afana en estos días en verter al castellano una selección del Zibaldone de Leopardi. En su mesa, el original italiano de esa antología, Le Passioni, convive con un cuaderno de tapas negras en las que anota lo que podría ser en el futuro su cuarto Tratado de armonía. El año pasado reunió en un volumen publicado por Tusquets los tres primeros, una síntesis de géneros y mundos parecida a esta habitación misma.
Dice Antonio Colinas que no se considera bibliófilo: "Valoro un libro más por el autor que por la edición". A veces, no obstante, coinciden ambos amores. Por eso conserva en estantería aparte una primera edición de Campos de Castilla, de Antonio Machado, y otras de Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda. El poeta chileno, además, aparece a su lado en una fotografía junto a otras de autores a los que el autor de Sepulcro en Tarquinia ha ido tratando a lo largo de su vida: de Ezra Pound a Pablo García Baena pasando por Miguel Ángel Asturias o Rafael Alberti. Varios de ellos están colocados en columna junto a otros que han viajado con el poeta en cada mudanza: Hermann Hesse, Azorín, Rilke, el propio Machado. ¿Añadiría hoy alguno? "A Celan, Trakl, Seferis, Cavafis -algún mediterráneo, sí-, Miguel Torga, Claudio Rodríguez". El resto de las paredes de una casa plagada de libros de poemas y ensayos sobre mística, Grecia y Oriente lo ocupa un puñado de dibujos y grabados de artistas muy pegados a la vida del escritor: Barry Flanagan, amigo de los años de Ibiza, Perejaume, Agustí Puig, Pere Alemany... A su lado, un grabado de Miró con un texto de María Zambrano que la pensadora le regaló y dedicó un año antes de volver del exilio, en 1984. Filosofía y poesía: de nuevo, caminos que se cruzan.
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