Democrático exhibicionismo
En los primeros minutos de Brutal box, ópera prima de Óscar Rojo, un parado enumera, ante una webcam, los accesorios que utilizará para cortarse un dedo mientras crece el número de visitantes atraídos por su autoinmolación en la Red. La situación trae ecos de El trasplante, ese episodio dirigido en 1968 por Narciso Ibáñez Serrador para sus Historias para no dormir, en el que otro desposeído vendía sus órganos hasta la inexistencia. Dos cuentos morales separados por el tiempo, cercanos más en su ingenuidad que en su dispar eficacia y que, de hecho, apuntan a dianas parecidas pero con contrastados matices: Ibáñez Serrador apelaba a la deshumanización por la vía de la indiferencia y Rojo se revela más preocupado por la democratización del exhibicionismo y de la voracidad caníbal de la mirada.
BRUTAL BOX
Dirección: Óscar Rojo.
Intérpretes: Rafa Rojas-Díez, Mario de la Rosa, Esther Gurillo, Vanesa Escribano, Layla González Baidí.
Género: thriller. España, 2010.
Duración: 87 minutos.
Desintegraciones de la intimidad en nombre del sexo furtivo, amputaciones, huelgas de hambre retransmitidas en directo y una pelea anunciada, al modo del postergado combate entre El Batu y El Cobra, nutren el imaginario de una película que desvela pronto su pedestre afán sermoneador, desarrolla una extenuante intriga de thriller corporativo y no se preocupa ni lo más mínimo en emular las texturas de la imagen viral: Rojo procede de la publicidad, pero el registro está más cerca del rutinario corto tipo español de hace unas décadas, sobreactuaciones incluidas.
Babelia
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