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Rebelión en la jungla

Diego A. Manrique

Llega la ley Sinde y los disidentes difunden el correspondiente manual de desobediencia. De fondo, la amarga discusión sobre el hundimiento de la industria cultural: si fueron responsables las grandes discográficas, emperradas en sus privilegios, o si las empresas de Internet ejercieron de Bruto, conscientes de poner en marcha los mecanismos que permiten el acceso libre a los frutos de la creación.

Desde ambas trincheras, se reitera el mantra de la urgencia del "nuevo modelo de negocio". Hay truco: nadie garantiza que haya verdadero negocio cultural según avanza el siglo, con una población saturada de ofertas de entretenimiento y que cree ardientemente en el gratis total. Conviene precisar: es muy probable que sobrevivan las multinacionales; Lady Gaga y sus equivalentes pueden asumir las pérdidas derivadas del presente paradigma de consumo. Como en cualquier casino, la casa tiene todas las de ganar. Hay una Lady Gaga, sí, pero MySpace asegura alojar las páginas de 14 millones de artistas. Vistas las probabilidades, lo extraño es que no haya más músicos que rompan con el espejismo del statu quo. La SGAE huele mal y, efectivamente, los dados están manipulados a favor de sus socios principales. Respecto a las discográficas fuertes, apenas fichan nuevos nombres: todo lo más, se quedan con grupos y solistas que destacaron en independientes. ¿El mundo indie? Los que escaparon cuentan y no paran de sus miserias.

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Compartir la música para defenderla

La clave está en la autoedición: conservar la propiedad de las grabaciones. Esencialmente, cualquier discográfica es un banco al que acudes a pedir un préstamo. La diferencia es que, al terminar de pagar esta hipoteca, el piso sigue siendo del banco (y nunca sabrás exactamente cuándo has cumplido). En otros tiempos, tales pactos podían estar justificados: las disqueras aportaban filtros de calidad y savoir faire; conocían al público potencial y colocaban la música en los puntos de venta.

En el actual entorno, con plantillas fantasmales, sus poderes han disminuido. Un artista guerrillero puede vender su música en tiendas digitales y, más difícil, en los comercios tradicionales. Un engorro con mínimos rendimientos, pero luego no hay que repartir los beneficios de directos y merchandising. Se vuela mejor sin cadenas. De cualquier forma, si sale tu número en la lotería del éxito, allí aparecerán discográficas y editoriales. Fijo.

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