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Reportaje:

Querido Iniesta

Los datos de evolución de inmigrantes por lugar de procedencia del departamento de estadística del Ayuntamiento de Barcelona indican que en 1996 se instalaron en la ciudad 11.028 personas, 99 de ellas procedentes de Castilla-La Mancha. Aunque las estadísticas no lo cuentan, en el padrón municipal debe constar que una de esas personas era Andrés Iniesta Luján; tenía 12 años y quería ser futbolista.

Iniesta cumplió su sueño. Retiró a su padre de albañil a los 40 años y le compró una casa a su madre cuando firmó su primer contrato profesional. Hoy, a los 27 años, es campeón del mundo, acaba de ser padre, su plato favorito sigue siendo el pollo con patatas y fuera del campo pasa tan desapercibido que cualquiera le puede confundir con un camarero, como le ocurrió no hace mucho. Le queda, eso sí, una promesa pendiente como la del Camino de Santiago y cuando pueda le gustaría llegar hasta la India para ver el Taj Mahal.

No hace mucho le confundieron con un camarero
"Sabía que me costaría, pero estaba convencido de que iba a triunfar"
Siempre se temió por su fragilidad y aparente docilidad
"Messi es el mejor, pero también necesita al equipo"

"Yo creo en el destino, las cosas pasan porque tienen que pasar. También creo en Dios, pero no soy un fanático, sino en su justa medida. No soy practicante".

Andrés Iniesta se llama Andrés por su abuelo paterno. En Fuentealbilla (Albacete) hay tres Andrés Iniesta: el futbolista y dos de sus primos, hijos de los hermanos mayores de su padre, José Antonio. Da la casualidad que su abuelo materno también se llama Andrés. Andrés Luján tenía un bar en el pueblo, del que se ocupaba con su hija, y que cerró hace diez años. Lo cuenta el jugador del Fútbol Club Barcelona en la ciudad deportiva del equipo, antes de un entrenamiento. Viste una camiseta Nike, firma que le contrató cuando era un niño a cambio de material. Hoy es uno de los iconos de la marca estadounidense. Cuando Andrés era un niño, su padre ahorró tres meses para comprarle unas Adidas Predator.

De pequeño, Andrés Iniesta Luján jugaba al fútbol en la pista, como se conocía en Fuentealbilla a la suerte de polideportivo con suelo de cemento, situado a la intemperie, con dos porterías de fútbol sala y dos canastas. Hasta que cumplió los ocho años, momento en que pasó la prueba de acceso a las categorías inferiores del Albacete, a 80 kilómetros de su casa, y empezó a alejarse de la pista y también dejó de ir a ver cómo saltaban las ranas en las charcas del pueblo.

"Yo era del Albacete. Se han contado muchas historias, pero la realidad es esta. Mi padre era simpatizante del Athletic, y yo del Albacete y del Barça, mi segundo equipo. Los fines de semana, como yo tenía pase por jugar en el alevín, iba a ver los partidos del Albacete en Primera División. Estaban Josico, Salazar, Catali, jugó Oscar cedido por el Barcelona, Bjelica, Molina... Me tocó vivir un año muy bueno, el que ascendió. Yo lo celebré en el pueblo. Tampoco podía ir muy lejos. Lo que pasa es que un día me enfadé porque el Barcelona le metió siete goles al Albacete y se interpretó mal".

Allí jugó, en Albacete, hasta que dejó de ser anónimo, cuando fue elegido como el mejor jugador del torneo de alevines de Brunete, organizado por el periodista de la cadena SER José Ramón de la Morena. Imposible no reparar en aquel niño tan colorista en su juego y de cara tan pálida, la misma que su madre y hermana. Había observadores de los mejores equipos, también del Madrid y del Barcelona. Albert Benaiges, uno de los mejores colaboradores de Oriol Tort, responsable del fútbol base azulgrana, regresó al Camp Nou con unos cuantos nombres en la libreta, Iniesta a la cabeza.

Pero había un problema. Por entonces la edad mínima de ingreso en la residencia de la Masía era de 14 años, y Andrés solo tenía 12. El club explicó a la familia que seguirían con especial atención la trayectoria del niño y le reservaban plaza para dentro de tres años. "Lo típico de entonces. Ahora todo va mucho más rápido", explica Rodolfo Borrell con cierto aire de melancolía desde Liverpool, donde desde hace un año trabaja de director de The Academy, la escuela formativa del Liverpool.

A favor de Iniesta jugó entonces un protagonista desconocido, un niño de la misma edad y que también figuraba en las notas de Benaiges, de nombre Jorge Troiteiro. Pasadas dos semanas del torneo de Brunete, el padre de Troiteiro se personó en la Masía con su hijo de la mano. "Ustedes mismos: ¡O se queda aquí o me lo llevo al Madrid, pero mi hijo ha de ser futbolista!", le soltó a Tort. A El Profesor, como se conocía al coordinador de la cantera azulgrana, se le ocurrió la mejor de las soluciones: aceptó el ingreso de Troiteiro y llamó a Fuentealbilla para que se incorporara Iniesta. "Al menos se harán compañía uno al otro, no se añorarán, tendrán con quién jugar", recuerda Rodolfo Borrell que aseveró Tort, responsable del fútbol base del Barça.

A la madre de Andrés ni se le había pasado por la cabeza la posibilidad de llevar a su hijo a Barcelona por más que su marido intentara convencerle de que la propuesta azulgrana era lo mejor para la carrera deportiva del crío. "Tal vez fui muy duro", recuerda ahora.

"Mi padre me dijo: 'Puede que el tren solo pase una vez en la vida', pero yo le respondí que no me quería ir", replicó Andrés. Aunque su intervención fue rotunda, no paraba de darle vueltas y más vueltas al consejo de papá cada vez que se tumbaba en aquella cama presidida por un póster de Laudrup y otro de Guardiola. El tema ni se tocaba en los viajes que tres tardes a la semana afrontaban padre e hijo desde Fuentealbilla hasta Albacete. Iban y venían al entrenamiento. Hasta que un día Andrés levantó la voz para decir: "Papá, llama a Barcelona".

Y su padre llamó.

El Premio Eroski al mejor jugador del torneo de Brunete incluía una visita a Port Aventura, de manera que aprovechando que estaban en Tarragona, José Antonio Iniesta quedó con Tort y Benaiges en la Masía. "Vimos las instalaciones y los campos. Las personas que hablaron con mi padre, Oriol Tort, Albert Benaiges y Joan Martínez Vilaseca, nos lo plantearon tan bien, nos transmitieron tan buenas sensaciones, que era muy difícil decir que no. Pero como yo era muy niño, también nos comentaron que si separarme de la familia iba a resultar dramático, pues que tranquilos, que ya volveríamos al año que viene. Teníamos las puertas abiertas y decidimos regresar a casa".

La idea era no volver, al menos ese año, pero aquella frase -"el tren pasa una vez en la vida"- seguía martirizando a Andrés. Un par de semanas después, a punto de empezar el curso escolar, otra vez camino de Albacete, Andrés Iniesta Luján decidió convertirse en uno de los 99 manchegos que aquel 1996 buscaron un sueño en Cataluña.

"Después de pensarlo mucho, de hablar con mis padres, dije que quería venir. Una vez dicho, me convencí de que costase lo que costase lo aguantaría. Es mi forma de ser, son los valores que tengo. Si tomo una decisión que sé que va a ir bien, y aunque sea consciente de que me va a costar muchísimo, no miro atrás. Es muy similar en la vida y en el deporte. Al principio de subir al primer equipo no jugaba mucho, pero tenía el convencimiento de que iba a triunfar y tenía mi ilusión. Se hablaba de cesión, pero yo prefería estar aquí aunque jugase cinco minutos, tenía el convencimiento de que con trabajo e ilusión me daría lo mío. Por eso cuando le dije a mi padre 'nos vamos', sabía que no habría viaje de vuelta".

El viaje de ida fue un infierno. En un Ford Orion azul oscuro, el mismo coche donde tomó la decisión que iba a marcar su vida. Nunca imaginó que ese camino que emprendía iba a llevarle tan lejos. En aquel Ford Orion azul marcharon, camino de Barcelona, los padres, el abuelo materno y el niño que soñaba con ser futbolista y que no dejaba de llorar.

"Paramos por Tortosa a comer. No comió nadie. Mi madre lloraba, mi padre no tenía hambre, mi abuelo trataba de animarme... pero tampoco comía. Yo ni miré el plato... La primera imagen que tengo en la Masía es la de Joan Farrés, el director. Me presentó a José, un portero de los juveniles que medía más de 1,90 metros, y me enseñó toda la Masía. Yo le miraba y pensaba: '¡Dios mío!'. Nos pusimos a cenar. Yo no paraba de llorar. Al día siguiente fui al cole, me llevaron mis padres y me dijeron: 'A la salida te esperamos'. Cuando salí ya se habían ido. Fue la mejor forma de no alargar la agonía. Después seguí llorando, pero si se hubieran quedado habría sido mucho peor".

Esas despedidas sin adiós se repetían cada quince días. Los padres llegaban el sábado, veían al niño, le dejaban la noche del domingo en la Masía y le engañaban: "Mañana venimos a buscarte para llevarte al cole". Y Andrés ya sabía que al día siguiente al cole iría solo. El fin de semana que no iban los padres, Andrés se recogía en casa de Benaiges y se consolaba con una película de cine, con un partido de fútbol, con un paseo o una charla con la madre de su protector. Hasta el domingo por la noche. Y entonces lloraba de nuevo como lo que era, un niño que se sentía solo en una casa repleta de adolescentes que se las sabían todas. Allí, nada más llegar, conoció a Víctor Valdés.

"Ahora todos son muy jóvenes, pero entonces éramos yo y Troiteiro, no había más niños. Víctor nos cuidaba, se portó genial con nosotros. Troiteiro era muy bueno, pero hay muchas circunstancias que no controlas, cada uno tiene su historia y sus momentos. Él no cumplió su sueño de jugar en el Barcelona, pero ha vivido del fútbol".

A Iniesta "le salvó su mentalidad", advierte Benaiges. "A veces me preguntaba: ¿le salvaremos?", prosigue. "He conocido a jugadores muy buenos, incluso con 19 años, que no han aguantado ni dos semanas en la Masía; les podía la añoranza. Andrés era perfecto para el Barcelona por su perfil técnico e inteligencia -hoy juega igual que cuando era un crío-, pero no sabíamos si sería capaz de resistir. Se salvó él, por su cabeza. Aguantó, se fue adaptando y lo consiguió".

El mérito fue ciertamente de Andrés. Hubo dudas en el Barça hasta no hace mucho tiempo sobre el futbolista. Y también en las marcas publicitarias, que no sabían si apostar por Joaquín o Iniesta. No formó parte de una generación extraordinaria, como le pasó al grupo de Cesc, Messi y Piqué, ni tuvo un entrenador influyente en las decisiones del club. Llorenç Serra Ferrer y Louis van Gaal no consiguieron ganarse ni a la hinchada ni al presidente, y el bueno de Frank Rijkaard le reservó a menudo el papel de jugador número 12. La mayoría de compañeros de curso se caían en las distintas cribas de final de temporada. Andrés se salvó por los pelos de alguna, fue suplente en más de un equipo, y siempre se temió por su fragilidad y aparente docilidad. No desfalleció ante las lesiones ni frente a quienes le acusaban curiosamente de falta de carácter. Iniesta sobrevivió porque el destino le reservó en cada etapa de su vida un momento estelar para mantener un sueño alimentado muy a menudo en la camilla de los fisioterapeutas, de personas al final decisivas en su trayectoria como Raúl Martínez y Emili Ricart.

"Muchas veces me han dicho, para bien y para mal, que no me coma tanto el tarro. Yo soy así. Me afectan mucho las cosas porque las vivo muy de cerca. Con el paso del tiempo, con lo que viví el año pasado sobre todo, aprendes a diferenciar y priorizar las cosas. Todo son experiencias, y las he vivido de muchas clases. Si me pongo a pensar, es cierto que de mi generación, que yo recuerdo, solo quedamos Rubén y yo. Él debutó como portero. El aprendizaje ha sido bueno a nivel personal y a nivel futbolístico, porque he pasado por distintas situaciones: he jugado en varios puestos del campo, y ahora quizá ha llegado el momento de estabilidad".

Resulta curioso constatar que usted ha hecho prácticamente una carrera en solitario y, sin embargo, asegura su entrenador, Pep Guardiola, que si marcó el gol de Stamford Bridge con el que el Barcelona alcanzó la final de Roma fue porque todo el barcelonismo estaba depositado en su pierna derecha. Así se explicaría que en el tiempo añadido le saliera un tiro tan certero: por su calidad y porque estaba armado con la ilusión de un club. Quizá en momentos decisivos necesitas algo extra, sentir cosas positivas, es posible. A veces intuyo las cosas. Me pasa fuera y dentro del campo.

También intuyó el gol del Mundial. Yo sabía que tenía que ser el Mundial de España. Estaba convencido. Tenía que ser esta vez o nunca, por el seleccionador, por los jugadores, por las sensaciones, porque sí, porque tocaba. Así lo visualicé a nivel global y personal. Lo había pasado muy mal durante la temporada y sabía que no habría un mejor escenario para volver a encontrarme a mí mismo. Y al final me volví a sentir futbolista, fui de nuevo feliz. El Mundial me liberó de un año terrible a nivel personal. Sufrí mucho para tener estos minutos de gloria final, por ese gol, por disponer de esta última bala. El gol me ayudó a cambiar para mejor, a ganar confianza, a tener continuidad.

Andrés Iniesta es hoy un héroe nacional, titular indiscutible en el Barcelona, una celebridad por sus goles en Stamford Bridge y Johanesburgo, el mejor embajador del país en el mundo. "Más que nada me siento un privilegiado, pero no me veo más allá de un jugador que a veces puede ser mirado por mucha gente. No deja de ser curioso, en cualquier caso, que los aficionados me aplaudan cuando me sustituyen y generalmente su equipo va perdiendo. Entiendo que más allá del fútbol y del resultado se valoran otras cosas".

¿No se siente un jugador universal? Soy de Fuentealbilla, nací en Albacete, pero me siento catalán como el que más. Llevo más tiempo aquí que en Albacete, y me identifico igual en un sitio que en otro. Con el permiso de la gente que nació aquí, me siento uno más. Me he criado aquí y soy una persona muy agraciada: Barcelona y Cataluña me lo han dado todo a mí y a mi familia, me siento y nos sentimos de Cataluña. Sé de dónde soy y de dónde vengo.

¿España como país y como selección? Es complicado. De eso no entiendo. Cada uno es libre de opinar y mostrar lo que siente, pero siempre respetando a los demás. Más allá de sentirse español, catalán o andaluz está el respeto. No tiene que haber conflicto porque uno sienta una cosa y otro una diferente. Intentamos vivir de la mejor forma posible.

El niño que buscó un sueño en Barcelona tiene calle en Fuentealbilla y 140 hectáreas de viñas que reportan ilusión al pueblo y orgullo a una familia que dependía de la cooperativa. Los Iniesta, la primera semana de septiembre, recogerán su primera añada, y se supone que será buena porque si la uva requiere paciencia, no hay nadie más paciente que Andrés.

"Mi padre y sus hermanos trabajaron en la obra y en el campo. Para nosotros era complicado tener lo que ahora podemos permitirnos. Por eso hemos comprado una finca que se llama el Carril de Iniesta, porque por ahí pasa el camino que iba de Fuentealbilla a Iniesta, un pueblo de Cuenca. Es una casualidad, pero qué mejor nombre para mi finca, ¿no? Me gusta, estoy aprendiendo, es un mundo".

Personaje sencillo, vive el fútbol con pasión, tanta que suele ver los partidos la misma noche que los juega. Ahí, frente al televisor, se junta con sus amigos, y entre ellos los hermanos de Estopa. Le encanta escuchar Como Camarón porque le calma y le inspira. Mata muchas horas compartiendo inquietudes y compagina los estudios de INEF con su carrera como futbolista y las clases particulares de inglés. Pronto, además, va a salir a la sala de prensa para hablar también en catalán. Ahora mismo, sin embargo, se desvela para coger en brazos a Valeria, la primera hija de su relación con Ana.

"El destino", insiste al explicar que la noche de Sant Joan de 2007 no tenía ningunas ganas de salir. Había terminado la temporada, estaba mal, con el cuerpo dolorido. Al final le arrastró un amigo. Otra vez el destino. "Tuve suerte otra vez... Ana me dio vida. 2007 fue un año duro. Personalmente estaba pasando un mal momento y ella me resucitó. Como persona es un 10. Yo poco puedo ofrecerle a cambio de lo que recibo. A veces las personas se equivocan y ella se equivocó conmigo".

Iniesta vive en un chalet adosado en Sant Just, históricamente cinturón obrero de Barcelona, y es vecino de los hermanos Muñoz, David y José Manuel, o sea, de los Estopa. Podía vivir en una mansión, en la playa o en Pedralbes, el barrio más selecto de la ciudad. Pero el año 2000, cuando firmó su primer contrato con el Barcelona, su padre echó cuentas y no les daba para comprarla en otro lugar. Después de ser padre de una niña de nombre Valeria, está a punto de mudarse. Pero no se irá muy lejos.

"Cada uno busca su felicidad, su forma de vivir, de convivir con la gente, y mi felicidad es esa. Soy feliz como soy, ni mejor ni peor. Me gusta lo mío, hacer las cosas con poco ruido y disfrutar al máximo. A veces me vale un rincón y con pillar una serie de televisión o una película. ¿Actores? Denzel Washington, Russell Crowe. Más recogimiento que exhibición, es mi felicidad y mi forma de ser. La imagen que se tiene de mí es lo que soy. No me gusta hacerme notar, estar en el escaparate, aunque muchas veces lo tenga que estar. Quiero disfrutar de mis cosas. Tengo demasiado para no ser feliz. Sentirte feliz como persona es superior a cualquier triunfo. En el campo se refleja cómo te va la vida".

Usted es de los que están enganchados a la red y les gusta la conversación. Tengo amigos muy cultos, de fútbol, de lo nuestro. A veces no consigo entender muchas cosas que pasan. Las naturales, como la de Australia con las inundaciones o el terremoto en Japón, me generan pena, me entristece que sigan ocurriendo cosas así, tan desgraciadas. Pero también hay otras cosas... lo que ha pasado en Egipto, lo que está pasando con Gadafi... esas cosas me entristecen. No me gustan las injusticias, que se abuse de los niños, que se maltrate a las mujeres...

Triste sí, pero enfadado se le ha visto pocas veces precisamente. Me enfado cuando me pisan con mala intención. No hace falta chillar para hacer saber que estás cabreado.

¿Tampoco se enfadó cuando no le dieron el Balón de Oro? Nunca me creí favorito para el Balón de Oro ni para nada.

¿Es Messi el mejor? Es el mejor. El equipo necesita a Messi, pero Messi necesita también al equipo. Nosotros hemos tenido suerte de poder contar con Pep Guardiola como entrenador. Es una persona que conoce como nadie el percal: ha sido de la cantera, ve el fútbol como nadie y nos conoce a todos. Es la clave de que este equipo haya ganado lo que ha ganado y pueda volver a ganarlo. Ya me gustaban sus formas cuando era jugador, y ahora nos ha ayudado mucho con decisiones como la de minimizar las concentraciones, porque reduce el nivel de estrés, y reunirnos en la ciudad deportiva, porque nos da una mayor tranquilidad y mejor convivencia. El míster es nuestra luz.

Andrés Iniesta guarda en casa las botas que un día le compró su padre con el sueldo de tres meses en la obra. Cuando está en casa y las ve, recuerda la pista y aquellos viajes de ida y vuelta a Albacete, el torneo de Brunete, la comida más triste de su vida en Tortosa, el cobijo de Valdés y Benaiges...

"Cuando las miro, recuerdo de dónde vengo", comenta a modo de cierre. Una manera de reivindicar su currículo frente a quienes sostienen que la historia de la mayoría de las figuras del Barça acostumbra a ser empalagosa, demasiado bonita.

Y si hay suerte, la próxima vez que pase por casa de sus padres le estará esperando un plato de pollo con patatas, su hermana estará presente, y Ana, la mujer que le cambió la vida, le acompañará junto a su niña, la pequeña Valeria.

Entonces, Andrés Iniesta se sentirá bien y comprobará otra vez que su sueño se hizo realidad.

Y su madre, siempre protectora, estará feliz.

Su sencillez ha cautivado a los aficionados, que le aplauden a parte iguales, por su humildad y por su gol contra Holanda. Andrés Iniesta viste camisa de Levi's, camiseta de D&G y pantalón de Dries van Noten para Jean-Pierre Bua.
Su sencillez ha cautivado a los aficionados, que le aplauden a parte iguales, por su humildad y por su gol contra Holanda. Andrés Iniesta viste camisa de Levi's, camiseta de D&G y pantalón de Dries van Noten para Jean-Pierre Bua.XEVI MUNTANÉ

Ocho escenas para un 'ocho'

Andrés Iniesta compareció vestido al estilo Rambo durante la celebración del triplete alcanzado por el Barcelona en la temporada 2008-2009. La bufanda atada a la cabeza y la camiseta del revés para que el número 8 fuera bien visible en la pechera, a fin de que pudiera señalar la zamarra con el dorsal "por el que había luchado tanto, por el que había llorado", por el dígito que era suyo. El 8 es también el número que utiliza el jugador como hilo conductor del relato en su libro Un año en el paraíso, escrito en colaboración con los periodistas Dani Senabre y Sique Rodríguez y editado por Nowbooks. Ocho pueden ser también los momentos decisivos en su vida como futbolista desde su salida de Fuentealbilla y llegada a Barcelona.

1. La apuesta de la Masía. "La Masía es una residencia en la que se convive con mucha gente, pero sobre todo se está solo. Aunque tienes amigos ahí al lado, no está tu familia". Así recuerda Víctor Valdés, amigo íntimo de Iniesta, su paso por la residencia del FC Barcelona. El portero fue uno de los compañeros con los que más intimó Iniesta. "A menudo, cuando te levantabas y mirabas desde tu habitación el Camp Nou, pensabas: 'No voy a llegar nunca", evoca el futbolista, que ingresó a los 12 años. "Ocurre que si no mejoras cada día, los que vienen de fuera y desde detrás te sacan y así te haces fuerte". La cultura del esfuerzo, de la superación y de la humildad le permitió sobrevivir en condiciones duras que alternaba con sus paseos los fines de semana con sus padres o con Albert Benaiges y su madre. "El día que murió mamá, Andrés no tardó ni cuatro horas en presentarse en mi casa", recuerda Benaiges.

2. Pep Guardiola y la Nike Cup. La trayectoria de Iniesta fue avalada en 1999 por Pep Guardiola durante la entrega de la Nike Cup, un torneo formativo. Advertido por su hermano Pere, Pep Guardiola acudió a presenciar la final para conocer a Iniesta. "Hoy he visto a un jugador que sabe interpretar el juego mejor que yo, os acordaréis de él", sentenció Guardiola. Iniesta recuerda que en el momento en que el actual entrenador del Barça le entregaba en persona el trofeo le comentó: "Estaré en la tribuna para verte dentro de poco". A Guardiola se le atribuye una frase que con el tiempo se ha matizado: "Xavi me quitará el puesto a mí, e Iniesta se lo quitará a Xavi". Ahora mismo, Xavi e Iniesta son dos jugadores del Barça entrenados por Guardiola, que habitualmente pone al jugador de Fuentealbilla como ejemplo: "No lleva pendientes ni tatuajes, ama el fútbol. A un niño siempre le diría: 'Fíjate en Andrés'. Ha sido el fichaje del año".

3. El estreno con los profesionales. Iniesta ha tenido varios entrenadores -Ursicino, Pedraza, Rojo, Costas, Alomar, Gonzalvo- y un padrino que le llamó para que se entrenara un día de febrero de 2001 con los profesionales del Camp Nou a los 16 años. Fue Llorenç Serra Ferrer. "Quise darle un premio por su valor como persona", afirmó el entonces entrenador azulgrana. "Era sencillo, humilde, solidario, responsable. Yo disfruté más que él, tenía una gran equilibrio emocional, algo especial, sabía relativizar aparentemente las cosas. Era muy responsable, inteligente, sabía escuchar, no se perdía detalles". Iniesta tiene muy presente todavía que le avisaron el día antes de que iba a entrenarse con el primer equipo: "Llamé a la familia nada más enterarme. No sabía ni cómo entrar en el campo, se lo tuve que preguntar al jefe de seguridad, y aguardé a que llegara el primer futbolista, que fue Luis Enrique". Desde entonces, una vez acabado el partido, Iniesta llama a la familia, normalmente desde el vestuario.

4. La final de París (2006). Aunque debutó como futbolista del primer equipo con Louis van Gaal durante la temporada 2002-2003, Iniesta no se consolidó en el plantel profesional hasta el curso 2004-2005. Frank Rijkaard, que definió su juego como "el futbolista que reparte caramelos", le utilizó como jugador número 12, incluso en la final de la Copa de Europa jugada el 17 de mayo en París. Los suplentes le dieron la vuelta al partido contra el Arsenal. Larsson, Belletti e Iniesta fueron capitales para el éxito azulgrana. El manchego siempre ha aceptado su rol en el equipo y, que se sepa, jamás tuvo una palabra de más con sus entrenadores.

5. El gol de Stamford Bridge. "Le pegué a la pelota con el corazón y con toda mi alma", se reafirma Iniesta cuando cuenta su remate, de dentro hacia fuera, imposible para Cech, en el tiempo añadido del partido. Un gol que significó el pase para la final de Roma, motivo suficiente para que Guardiola lo celebrara de manera tan efusiva e infantil, igual que cuando, siendo un recogepelotas, se colgó del pescuezo de Terry Venables y Víctor Muñoz para festejar que el Barça disputaría la final de Sevilla. La llegada de Guardiola fue vital para que Iniesta dejara de ser un jugador de momentos y tuviera continuidad en el equipo hasta el último minuto de partido. El 8 del Barça ya no es solo un virtuoso que acelera y regatea y se parece a Michael Laudrup por sus croquetas, sino que se convierte en rematador y goleador, en el hilo conductor del juego, en la figura que decide partidos.

6. La final de Roma. "Le dije a mi padre que aunque tuviera un agujero en la pierna, yo iba a jugar la final". Iniesta se lesionó quince días antes del partido de Roma y se juró que iba a disputar la final aunque fuera a la pata coja después de haberse perdido la de París. El equipo le aguardó con paciencia y entusiasmo, y fue titular en el estadio Olímpico contra el Manchester United. Meticuloso como es en su vida profesional y particular, las lesiones le enseñaron a conocerse mejor y a asumir retos. "Todos sabíamos el riesgo que corríamos con mi alineación", advierte, "pero decidimos jugárnosla, incluso cuando en la segunda parte los médicos me advirtieron de que no podía chutar a portería porque se me había vuelto a reproducir la lesión". Iniesta salió campeón con todos los honores de Roma.

7. La camilla del fisioterapeuta. Desde 2008 hasta 2010, Iniesta llegó a encadenar hasta ocho lesiones musculares muy serias. Valdés recuerda que jamás vio a una persona llorar tan amargamente como a Andrés el día en que se rompió en un entrenamiento a puerta cerrada con el Barcelona. No había manera de que pudiera jugar más de cuatro partidos consecutivos. El Mundial, sin embargo, actuó como punto de inflexión después de un debut accidental contra Suiza. Aunque Iniesta volvió a lesionarse, cuando reapareció era un jugador nuevo, decisivo, desde el último partido de la fase inicial hasta la final. Raúl Martínez, uno de los fisioterapeutas de la selección española, consiguió que armonizaran el cuerpo y la mente de Andrés de la misma manera que fueron decisivas las manos y los consejos de Emili Ricart, el fisioterapeuta y recuperador en el Barcelona. Antes de viajar a Sudáfrica, Ricart le entregó a Iniesta un DVD con grabaciones de ídolos mundiales del deporte que habían pasado por situaciones extremas, como Manel Estiarte, Fernando Alonso y Rafa Nadal. Antes de acostarse, Iniesta visionaba cada noche la cinta. Así hasta el último día. "Hubo un momento en que llegué a perder la confianza en mi juego. Me rompía anímicamente por tanta lesión", concluye. "A cambio aprendí anatomía, conocí mis músculos, entendí un poco mejor cómo funcionaba mi cabeza. Yo soy de los que piensan que un buen control

te da todo lo demás en el campo y también en la vida".

8. El gol del Mundial. Ha visto la jugada una y mil veces repetida por televisión, pero después de cada visionado añade: "Ese gol solo lo he metido una vez. Es distinto verlo que marcarlo". Y lo explica siempre de la misma manera: "Cesc me dio el pase y apareció Newton. Cuando controlo el balón sé que va a ser gol. Solo tuve que esperar a que bajara y pegarle, porque sabía que bajaba por la ley de la gravedad y que sería gol". También sabía que Frank van Bommel, su excompañero en el Barcelona, le iba a atizar durante toda la final, como así ocurrió. Y sabía también que España iba a ganar el título Mundial, "porque así lo anunciaba el destino". Puede que la certeza que tenía en el éxito le llevara a rotular una dedicatoria a Dani Jarque en la camiseta blanca que llevaba debajo de la del partido. Jarque, exjugador del Espanyol fallecido de un ataque al corazón, le había llevado al Camp Nou durante un tiempo, prueba de una amistad que venía de lejos, reforzada en sus encuentros internacionales. Una relación que estaba muy por encima de la rivalidad. El gesto simbolizó la manera de ser de Iniesta.

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