El emir, en familia
EL líder terrorista que quiso restaurar un califato en el mundo era también padre de una veintena de hijos, de cinco esposas, que han vivido en condiciones extremas, y miembro de un clan con casi seiscientos miembros y negocios internacionales, obligado a distanciarse de él
Osama Bin Laden, (Riad, 1957-Abbottabad, 2011), el hombre que enardecía a las masas musulmanas con sermones difundidos en vídeo por todo el planeta, el que mantenía en alerta permanente a los servicios de inteligencia de medio mundo, era también un padre de familia, preocupado por aportar a la yihad sangre propia. En sus 54 años de vida tuvo una veintena de hijos de cinco esposas, a los que ha arrastrado a una existencia extrema. Bin Laden, obsesionado por la reinstauración de un califato, vivía entregado a la lectura del Corán y a la preparación de la guerra santa contra el mundo occidental.
A juzgar por las declaraciones de algunas de sus esposas y de uno de sus hijos, jamás se despojó, ni siquiera en privado, de esa coraza integrista que mostraba en sus intervenciones públicas. Su vida familiar estuvo supeditada siempre a las exigencias militares de la gran cruzada emprendida desde los años noventa contra Estados Unidos y la cultura occidental. Con la mirada puesta en ese objetivo, concertó matrimonios políticos para sus vástagos -casó a una de las niñas con un hijo del líder talibán mulá Omar y, en 2001, a su hijo Mohamed, entonces de 19 años, con una niña de 14, hija de uno de sus más estrechos colaboradores, Mohamed Atef- y les obligó a compartir su destino, sin que la mayoría de ellos se rebelara.
Según su hijo Omar, al que España negó el asilo político en 2008, Osama le instó a participar en misiones suicidas
Los hijos que han sobrevivido viven dispersos entre Arabia Saudita, Catar, Siria y Pakistán
Mohamed el patriarca del clan, y Salem, el hijo mayor, murieron en accidentes aéreos en 1967 y en 1988
La corporación familiar incluye una de las principales empresas de la construcción en el mundo islámico
Pese a la confusión que reina todavía sobre la operación que acabó con su vida, al menos uno de sus hijos, Jaled, encontró la muerte a su lado, en la casa-fortaleza de Abbottabad (Pakistán). El líder terrorista vivía con un grupo de familiares devotos, entre ellos, su quinta esposa, Amal al Sadah, una joven yemení con la que se había casado en 2000, cuando solo tenía 15 años, y varios hijos. Entre ellos, la hija de 12 años, que relató a la policía paquistaní cómo su padre había sido asesinado a sangre fría. Todavía no está claro si fue su quinta esposa la mujer que intentó proteger a su marido del ataque de los soldados estadounidenses.
Hasta el final, la vida de la familia de Osama fue una vida de privaciones y sobresaltos sin ninguna de las comodidades que él mismo, nacido en una familia multimillonaria de Arabia Saudita, había tenido en su infancia y primera juventud.
El destino de la mayor parte de sus familiares directos ha estado marcado por las decisiones radicales de este hombre autoritario e intratable. A partir de los atentados del 11-S, el apellido fue un lastre para los Bin Laden -la familia, con todos los allegados, suma unas 600 personas-, dueños del Saudí Binladin Group, una corporación con intereses que van desde la construcción, con la principal empresa del ramo en el mundo islámico, hasta la telefonía, o las bebidas no alcohólicas. Y una condena para las esposas y los hijos del enemigo número uno de Occidente.
Su primera mujer, su prima siria Najwa Ghanem, con la que se casó a los 17 años (ella tenía 15) en 1974 -y con la que tuvo 11 hijos-, le siguió a Sudán y Afganistán, y tuvo que afrontar las condiciones durísimas de la vida en las montañas de Tora Bora (Afganistán), adonde llegó, en 1996, embarazada de su décimo hijo. Najwa ha contado que vivía sobresaltada por las serpientes que merodeaban por el lugar, en un libro escrito en común con su hijo Omar, el cuarto de los habidos con Osama.
El libro, Growing up Bin Laden (Crecer como un Bin Laden), redactado por la escritora Jean Sasson y publicado en 2009 (existe una versión en español editada por el Grupo editorial Norma), describe a Osama como un padre fundamentalista decidido a fortalecer a fuerza de pruebas extremas el carácter de sus hijos, algunos de los cuales, no se han recuperado psicológicamente de esa etapa de pruebas. Pese a la riqueza familiar y a los lujos de la mansión de Yeda (Arabia Saudí), donde nacieron los primeros, Osama no les permitía tener juguetes, ni tomar refrescos, ni consintió que se les tratara con medicinas cuando estaban enfermos. Omar Bin Laden cuenta que su padre les obligaba a realizar extenuantes excursiones por el desierto, sin agua, en un brutal intento de prepararles para la vida de privaciones que les esperaba. Carmen Bin Ladin (parte de la familia ha optado por esta transcripción del apellido), suiza de madre iraní, exmujer de Yeslam, uno de los 54 hermanos de Osama, recordaba en una entrevista concedida a EL PAÍS en 2004 haber sido testigo en Arabia Saudí de la rigidez extrema del líder de Al Qaeda. Osama impidió que se diera agua con un biberón a uno de sus pequeños, pese a que el bebé era incapaz de beberla con cuchara. Carmen no especifica si se trataba del hijo con minusvalía psíquica que tuvo Bin Laden. Para entonces, era ya un rigorista religioso que daba la espalda a las mujeres que no se cubrían la cabeza. El líder terrorista no llegó a saber nunca, probablemente, que una de sus sobrinas, la mayor de las tres hijas de Yeslam y Carmen, Wafa, nacida en Los Ángeles, se exhibió semidesnuda en las páginas de la revista GQ en 2006.
Pero es Omar, el cuarto de los hijos del líder de Al Qaeda, que tiene ahora 30 años, el que se ha pronunciado de una forma más rotunda contra el ideario terrorista de su padre. En el libro cuenta las dificultades de convivir con él, especialmente a partir de la llegada a Sudán, a principios de los años noventa, donde el futuro líder de Al Qaeda empezó a rodearse de algunos de los que luego serían sus principales lugartenientes. Gente brutal, según Omar, que se divertía matando a algunas de sus mascotas, el único bien que poseía en la vida austera de Jartún. Omar salió de Afganistán en vísperas del 11-S con su madre y los dos hermanos más pequeños, presumiblemente con destino a Siria, horrorizado por la marcha que tomaban las cosas y la radicalización cada vez mayor de su padre. Osama pretendía que sus hijos se apuntaran también a misiones suicidas.
La pista de Omar reaparece en Egipto en 2007, donde conoce a Jane Felix-Browne, una británica veinte años mayor que él, con la que se casó en el Reino Unido a los pocos meses. En 2008, el matrimonio se presentó en España, donde solicitó infructuosamente asilo político, alegando que se sentían en peligro en el mundo árabe. Las autoridades españolas no aceptaron sus razones y la pareja terminó por instalarse en Doha.
¿Cómo ha encajado la muerte del padre? La escritora Jean Sasson, que mantiene desde hace años buenas relaciones con Omar, dice que la familia está viviendo horas de duelo y no quiere conceder entrevistas. Tampoco ella quiso responder a las preguntas de este diario. El antagonismo de Omar con Osama era ideológico, pero siempre sintió respeto y afecto por su padre, asegura en su blog. Hace poco que Omar y su madre han podido reunirse con tres de sus hermanos, Osman, Mohamed y Ladin, parte de la familia que había vivido desde el 11-S medio secuestrada en Irán. Otros hijos de Osama llegados en el mismo grupo siguieron caminos diferentes. Fátima, casada con un muyahidin saudí muerto tras la intervención estadounidense en Afganistán, se quedó en Teherán. Imán, que alertó sobre el paradero de la familia al refugiarse en la Embajada de Arabia Saudí en Teherán, se marchó a Siria, donde vive también otro de los hijos de Osama, Abdel Rahman. Bakr, otro de los hermanos, salió del país rumbo a un destino desconocido.
Es difícil saber cómo se desarrollaba la vida íntima de Osama con sus esposas y sus hijos, dispersos hoy entre Catar, Siria, Arabia Saudí y Pakistán. Según declaró una de sus mujeres a un semanario en lengua árabe de Londres, Osama vivía frugalmente en Afganistán con sus esposas instaladas en modestas viviendas. "Dos tenían casa en Kandahar. Otra en Kabul y la cuarta en Tora Bora", relataba la joven que solo daba sus iniciales A. S., quizás correspondientes a las de su quinta esposa, Amal, con la que contrajo matrimonio en 2000, y por la que pagó, según algunas fuentes, 5.000 dólares. El líder de Al Qaeda solía visitar una vez por semana a cada una de sus mujeres y nunca hablaba de los golpes que planeaba. Mientras preparaba los terribles atentados del 11-S, el líder de Al Qaeda se ocupaba también de proyectos de construcción en colaboración con Ong, y llevaba una vida frugal, alimentándose de yogures, miel y dátiles. Rara vez comía carne, aunque era aficionado a ir de caza. Según A. S., Osama, con antiguos problemas renales, vivía en perpetua agitación y dormía poquísimo, a veces, solo después de tomar pastillas.
En Yeda, donde reside el grueso del clan Bin Laden, liderado hasta 2002 por Abdulá, tío de Osama, parte de la familia había hecho esfuerzos por distanciarse del terrorista más buscado del planeta y preservar así sus negocios con Occidente, especialmente con Estados Unidos, mientras otra parte le apoyaba secretamente y quizás también contribuía con dinero a la causa que le animaba.
Steve Coll, periodista estadounidense que ha escrito varios libros sobre los Bin Laden, se declaraba convencido, en una entrevista de 2007, de que el destino de Osama hubiera sido otro de haber vivido más tiempo el más carismático de todos sus hermanos, Salem Bin Laden, el mayor, muerto en accidente aéreo en San Antonio (Tejas) en 1988. Salem, educado en Inglaterra y dueño de varias casas en Europa, era un amante del modo de vida occidental, devoto de la música rock, los aviones y las modelos espectaculares. No era el único en la familia que adoraba Occidente. Hassan, otro de los hermanos, se quedó con las franquicias del Hard Rock Café para Kuwait, Beirut y Turquía. Muerto Salem, tomó el control de la corporación Bakr Mohamed Bin Laden, un hombre discreto.
La pasión por los aviones y la concentración de accidentes aéreos en la historia familiar es un elemento clave, según Steve Coll, en la vida de Osama. Su padre, Mohamed Bin Laden, murió en Arabia Saudí en 1967, al estrellarse el avión privado en el que viajaba, con un piloto americano a los mandos. Mohamed, un yemení analfabeto que había emigrado a Arabia Saudí antes de que el país existiera como tal, y que al terminar la Segunda Guerra Mundial era dueño de un vasto imperio empresarial, fue en todo caso una figura distante para Osama, que vivió con su madre, Alia Ghanem, de nacionalidad siria, divorciada pronto de su padre, y con el segundo marido de esta.
El líder de Al Qaeda tuvo una vida cómoda, como correspondía a un Bin Laden, pero al contrario que sus hermanos no estudió fuera del país, del que, según un reportaje de la revista estadounidense New Yorker, salió solo tres veces en su primera juventud, con destino a Europa, a África y a Estados Unidos. En Yeda acudió a un instituto destinado a la élite, la escuela Al Thagher, repleto de profesores que llevaban lejos la fe wahabita. Cuando llegó a la Universidad Rey Abdul Azizi, de la misma ciudad, Osama era ya un joven extremadamente religioso, con estrechos contactos con los Hermanos Musulmanes. Aunque no llegó a licenciarse, recibió una formación mucho más sólida que la de sus hijos. Omar abandonó la escuela a los 12 años, y vivió sometido a un brutal adoctrinamiento ideológico desde entonces. En su caso, los efectos de esta educación no fueron los esperados, pero otros hijos de Osama, como Jaled, y Saad se convirtieron a su mismo credo belicista. Saad, según las autoridades estadounidenses, llegó a trabajar para Al Qaeda en Irán, a principios de 2000. Luego se marchó a Pakistán. Hasta donde se sabe de esta misteriosa saga familiar, solo el hijo mayor de Bin Laden, Abdulá, se resistió a acompañar a su padre a Afganistán, en 1996, y regresó, con su permiso, a Yeda. Allí, trabajó para la firma familiar y montó después una empresa publicitaria propia. En una entrevista con el diario de lengua árabe Asharq Al-Awsat de Londres, publicada después del 11-S, Abdulá culpaba a los periodistas de dar "una imagen errónea" de su padre, "una persona tranquila y calmada, por naturaleza". De la que procuró alejarse en cuanto le fue posible.
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