Un 'magritte' luminoso en la M-40
La nueva obra de Carlos Lamela adorna la noche en la periferia madrileña
"De día este es un buen edificio; de noche, es un edificio único". El arquitecto Carlos Lamela lo admite asomado a un puente de la M-40. Un anodino nudo periférico bajo el que circula un río de coches de vuelta a casa tras una jornada de trabajo. En la orilla de la autopista relumbra su nuevo edificio de oficinas para la sociedad Ebrosa. Sobre la fachada de vidrio una secuencia de luces de colores emula un cielo celeste por el que se mueven perezosas nubes blancas. La secuencia lumínica se llama Magritte, en honor al pintor belga que solía adornar sus obras surrealistas con un idílico y nublado fondo azul. En uno de sus lienzos más famosos pintó una pipa con la leyenda "Ceci n'est pas une pipe". Esto no es una pipa, porque es un cuadro. Asomados al puente de autopista cabe preguntarse, ceci n'est pas de l'architecture?
El interior no es apto para quienes sufran vértigo. Todo es de cristal
"Tras un buen edificio siempre hay un gran cliente", dice el arquitecto
La piel lumínica de este edificio es su rasgo más característico pero la idea surgió cuando la obra ya estaba avanzada. "A pesar de parecerlo, no es una piel estética, sino que nació de la necesidad", dice el arquitecto. La parcela estaba atrapada entre la M-40 y la A-1 y había que aislar acústicamente el edificio del ruido del tráfico. El edificio en sí es un rectángulo "pero se nos ocurrió hacerle una envolvente, una curva fachada acústica que lo protegiese". Cuando el Estudio Lamela se reunió con su consultor de fachadas, Xavier Ferrés, que también es socio del estudio de iluminación arquitectónica Anoche, surgió la idea. ¿Por qué no hacer del inconveniente una ventaja? La ubicación del edificio significaba ruido, pero también una enorme visibilidad, aunque fuese fugaz: ante él pasarían miles de conductores diarios. "Teníamos entre manos un magnífico escaparate", dice Lamela. Instalar las ristras de leds que hay colocados en las cuatro plantas aumentó el presupuesto (19,5 millones) en unos 400.000 euros. "Detrás de un buen edificio siempre hay un gran cliente", dice el arquitecto que asegura que el mantenimiento de la instalación es prácticamente nulo y el consumo energético bajo.
El arquitecto conoce varios edificios "sobre todo en Japón" que tienen instalaciones lumínicas similares. "Suelen ser centros comerciales, por el potencial publicitario", dice, y admite que, aunque la suya "se puede usar para lo que quieras", prefiere la iluminación "más abstracta". De momento hay cuatro secuencias preprogramadas que se disparan cada media hora de las nueve a las doce de la noche. Todas son dinámicas y dan la vuelta a la cinta abierta de la doble piel, como si reflejasen el flujo continuo de los faros de los coches en la carretera. En Amanecer, los leds se tiñen de rojos, naranjas y amarillos para emular al sol en movimiento, en Meteoro parece que llueve luz y en Mondrian, la favorita de Lamela, el edificio se convierte en uno de los simétricos y colorista cuadros del pintor holandés. Sobre algunos de los vidrios opacos de la fachada también se pueden proyectar imágenes fijas o en movimiento, aunque de momento solo se proyecta el logo de Ebrosa. "Estamos viendo la normativa sobre publicidad luminosa, porque la legislación no contempla fachadas así", dice el arquitecto.
Dentro, el edificio vacío huele a juguete nuevo. Sus 7.000 metros de oficinas todavía buscan inquilino. Se accede por un bonito paseo de coches hasta la puerta (como en los hoteles) cruzando entre unos potentes pilares de hormigón en V. El interior no es apto para quienes sufran vértigo. Todo es de cristal. Las paredes, los ascensores y las pasarelas que llevan del edificio a la doble piel (que uno intuye se convertirán en fumaderos de oficinistas). Aunque en el estudio ya lo han apodado cariñosamente "la disco", las oleadas de luz de la fachada no resultan incómodas desde el interior. Más bien contribuyen a crear un efecto onírico que se confunde con los reflejos de los faros de los coches y la tintineante ciudad a lo lejos. De pie, en medio de una planta diáfana sin pilares, rodeado tan solo de cristal y luz, está claro que los futuros inquilinos tendrán que venir a verlo de noche.
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