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Reportaje:LAS REVOLUCIONES ÁRABES

Israel y la primavera árabe

El Estado judío, la única democracia de Oriente Próximo, no puede dudar a la hora de dar la bienvenida a los países vecinos que intentan abrazar los valores que él mismo ha ejemplificado

He oído decir aquí y allá que a Israel le "preocupa" el viento de democracia que sopla en el mundo árabe.

Comprendo esa preocupación.

Sé que, al menos en dos ocasiones -Argelia, 1991, y Gaza, 2006-, unas elecciones libres engendraron la peor pesadilla posible.

Y soy demasiado consciente del hecho de que, en este terreno, Israel no puede permitirse el más mínimo error, ni menos tomarse a la ligera el riesgo de ver cómo las revoluciones egipcia, libia y, tal vez mañana, siria dan lugar a un mundo aún más peligroso.

La preocupación, no obstante, es algo que exige lucidez, desconfianza respecto a las ilusiones líricas y vigilancia.

Pero la excesiva cautela, la pusilanimidad y la reprobación muda colocarían a los herederos del sueño sionista en una posición insostenible e indigna de su historia.

La excesiva cautela y la pusilanimidad colocarían a los herederos del sueño sionista en una posición insostenible ¿Puede haber una solución peor para Israel que este Gadafi que ha financiado el terrorismo y ha hecho volar sinagogas?

Cuesta imaginar, en efecto, que un país que se enorgullece desde hace tanto tiempo, y con razón, de ser la única democracia de Oriente Próximo dude en dar la bienvenida a sus vecinos cuando estos intentan abrazar, a costa de heroicos combates, los valores que él mismo ha ejemplificado.

No puedo imaginar que Israel, solo entre las grandes democracias, se encierre en no sé qué reserva y alimente la sospecha (pues Dios sabe que los rumores, las teorías complotistas y, por tanto, la sospecha, circulan deprisa en esta parte del mundo) de haber apostado al caballo equivocado por miedo a un futuro incierto y -error imperdonable en el despiadado mundo de la realpolitik- haber tomado partido por los vencidos.

Y ¿qué imagen daría entonces de sí mismo un pueblo que, otra vez con razón, no cesa de repetir: "Nuestro problema no son los pueblos árabes (con los que, a poco que ellos también lo deseen, estamos dispuestos a vivir en paz y en armonía), sino los neonazis (Hamás, Hezbolá, etcétera)" y, sin embargo, en el momento en que una juventud se alza, inmadura sin duda, pero, según parece, dispuesta a escoger la libertad contra todas las dictaduras (incluida la de los Hermanos Musulmanes y otros fascislamistas), dudase en tenderle la mano y en concederle al menos una oportunidad?

Pero hay algo más.

Sea cual sea el mérito de Hosni Mubarak, que supo mantener el tratado de paz firmado por Anuar el Sadat, su predecesor, existe una ley simple pero constante: qué frágil es un contrato que solo depende de la voluntad de un hombre -un dictador, por añadidura- que no solo es mortal sino, como sabemos ahora, vulnerable; qué sólido será ese mismo contrato si, como parece el caso en El Cairo, es validado, ratificado y legitimado por las élites, el ejército y, tal vez mañana, una clase media a la que ya no le será presentado como una obligación, un mal trago, un castigo.

Sea cual sea el orden que suceda al desorden y la arbitrariedad que hasta ahora imperan en Libia, sea cual sea el nivel de persistencia de un antisemitismo cuyos eslóganes fueron machaconamente repetidos por un régimen que, durante largas y calamitosas décadas, tampoco se privó de difundir su literatura (Los protocolos de los sabios de Sión, éxito de ventas en todas las librerías...), me parece que tenemos la memoria extraordinariamente corta, pues, a fin de cuentas, ¿puede haber una solución peor para Israel que este Gadafi, que ha financiado el terrorismo, ha hecho volar sinagogas, ha concedido asilo político o distinciones a los negacionistas más infectos y, recientemente, y pese a que algunos creían que se había moderado, ha multiplicado las provocaciones y las amenazas? (Dos ejemplos entre mil: el episodio del nuevo barco a Gaza enviado el 10 de julio para "vengar" a la "flotilla humanitaria" turca y, un mes después, durante la inauguración de la cumbre de la Unión Africana en Trípoli, el discurso en el que el Guía tronaba que los israelíes forman un "gang", son responsables de "todos los males de África" y hay que cerrar sus embajadas urgentemente y a la fuerza.)

Y más teniendo en cuenta que estas revoluciones árabes ya han producido otro efecto al menos tan importante como la eventual manipulación del movimiento por un Irán a cuyos tejemanejes, dicho sea de paso -una guerra geopolítica es una guerra geopolítica-, nada nos impide oponernos sin tardanza: esos hombres subyugados y sometidos, desde hace 42 años a un mortífero bombardeo desinformativo, esos pueblos a los que convencieron de que todas las desgracias del mundo venían de un Israel metódicamente satanizado, descubren ahora que tenían otro adversario infinitamente más temible y era su propio Estado y su brutalidad mercenaria.

De repente, eso lo cambia todo.

Este regreso a un mundo real en el que un líder árabe promete ahogar a sus "hermanos" en "ríos de sangre" es un acontecimiento trágico, pero considerable.

Y sin aventurar lo que pueda traer el futuro, sin excluir que otros demagogos vuelvan a invocar cualquier día al hombre del saco, tiendo a pensar que hemos cruzado un umbral y que, en adelante, será más difícil, en este aspecto y en otros, embaucar a un pueblo que ha descubierto la verdad en el combate.

Si he tomado partido por la Libia libre, ha sido antes que nada por amor al derecho y odio a la tiranía.

Pero también porque, como dije en el mismo Bengasi ante unos auditorios a los que nunca les oculté mi pertenencia a una de las tribus más antiguas del mundo, creo que esta revolución sirve a la causa de la paz.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

Un joven egipcio muestra la bandera nacional, mientras grita consignas contra el presidente Mubarak, el 11 de febrero de 2011, en la plaza Tahrir de El Cairo.
Un joven egipcio muestra la bandera nacional, mientras grita consignas contra el presidente Mubarak, el 11 de febrero de 2011, en la plaza Tahrir de El Cairo.PEDRO UGARTE / GETTY IMAGES

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