Cataluña, 'Susanowo' y Japón
El Gobierno catalán homenajea a la víctimas del terremoto en la celebración de Sant Jordi y llama a seguir el ejemplo japonés del esfuezo
El mito de Sant Jordi, Susanowo en japonés, sirvió ayer para unir a Cataluña y el país nipón en el acto de homenaje a las víctimas del terremoto y el tsunami celebrado a los pies de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia de Barcelona. Poemas y textos literarios, dos piezas musicales, una breve actuación de danza y el contrapunto de las caramelles de Sant Julià de Vilatorta precedieron a los discursos institucionales, repletos de deseos de hermanamiento y solidaridad entre dos pueblos que celebran, de manera distinta, la misma fiesta.
Artur Mas, presidente de la Generalitat, se atrevió con el japonés un buen rato tras advertir de que era un principiante y, en respuesta, dijo, al gesto del embajador en España, Fumiaki Takahaski, quien también utilizó el catalán.
El mito de Sant Jordi sirvió a Mas para recordar que venció al dragón sin otras armas que las propias, e hizo una defensa del esfuerzo como único remedio para salir adelante en tiempos difíciles, "prescindiendo de la suerte y otras circunstancias". Después trazó un paralelismo entre el pueblo japonés y el catalán y no escatimó sustantivos: determinación, civismo, perseverancia, confianza, valentía, tenacidad y capacidad de sobreponerse a la adversidad.
El embajador japonés evocó los efectos del terremoto y del tsunami del pasado 11 de marzo, la actuación del Gobierno para afrontar la tragedia y la solidaridad con los más de 14.000 muertos y 170.000 desplazados. No dejó pasar la ocasión, además, para desdramatizar los efectos del accidente nuclear y desmarcarse de la comparación con el de Chernóbil. "No es una situación apocalíptica", apostilló.
A las puertas de la entrada de la basílica, un enorme cerezo florecido (sakura) y figuras de papel de grandes dimensiones realzaron la austeridad y el minimalismo caracterizó el acto, presentado por la actriz Montserrat Carulla, maquillada y vestida con el quimono blanco que se emplea en señal de luto. Entre las torres levantadas por Gaudí, un enorme sol naciente recordaba la bandera japonesa y los invitados apenas superaban los 250. Entre ellos, los expresidentes Jordi Pujol y José Montilla, el Gobierno catalán, el alcalde Jordi Hereu y parlamentarios de todos los colores. El cardenal de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, ocupó un lugar destacado en el protocolo, casi tan notorio como el que había tenido desde primera hora de la mañana, con la tradicional bendición de rosas y, posteriormente, en la recepción en el Palau de la Generalitat. Entre las ausencias destacó la del líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida.
El perímetro de esa fachada de la Sagrada Familia fue acotado y más allá de las vallas apenas se congregaron unas decenas de personas, entremezcladas con los turistas que visitaban la basílica. El acto se inició con un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas y finalizó sin himnos, con la interpretación para siete violonchelos del Cant dels ocells que sirvió también para evocar, otro 11 de marzo: el de los atentados de 2004 en Madrid.
La guitarra de Toti Soler, la flauta de Quim Ollé y la voz de Sílvia Pérez evocaron precisamente la efímera floración del cerezo, que en Japón se asocia a la muerte, pero que sirve también para celebrar la llegada del buen tiempo cuando caen los primeros pétalos.
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