Lo que hay en un nombre
Ignoro de dónde procede la tendencia (hoy muy extendida, dada la proliferación de guerras que animan el paisaje geostratégico de la globalización) a bautizar las operaciones militares con remoquetes y nombres en clave. Supongo que su función originaria debió de ser la de proteger secretos militares, pero hoy día también se ponen en circulación como un elemento más de la panoplia propagandística, con el objetivo de que los medios de comunicación los adopten como suyos y, rápidamente, transmitan esa familiaridad al resto de la población: así las guerras de unos acaban siendo de todos.
He pensado en ello al enterarme de los motes con que los departamentos de defensa de los aliados en la guerra contra Gadafi -o, si se prefiere el eufemismo, en la intervención en Libia- han apodado a sus respectivas movilizaciones militares. Los canadienses, por ejemplo, han optado por seguir empleando el funcional marbete de Mobile (móvil), que es como ya designaron la operación de recogida de los compatriotas que deseaban marcharse del país en las primeras fases de la rebelión popular contra el siniestro Ubú libio. Los británicos han escogido el alias de Ellamy, que no quiere decir nada y que, al parecer, se ha conseguido aleatoriamente mediante procedimientos informáticos. Los franceses, más atentos a la relación entre signo y significado (algo que aprendieron de Barthes) y, posiblemente, más orgullosos de su pasado colonial, han nombrado a su movida militar Harmattan, que es un viento del desierto, seco y caliente que, cuando sopla con fuerza, puede oscurecer el ambiente debido a la cantidad de arena que transporta. Muy apropiado.
Bautizar a las operaciones militares sirve para que los medios las adopten como suyas y transmitan esa familiaridad a la población
Pero la palma se la lleva el apodo suministrado por los militares estadounidenses, cuya veteranía imperial les ha proporcionado mucha práctica en esta clase de bautizos. Y es que Odyssey Dawn, el nombre en clave (antes lo llamaban criptónimo) que le han puesto a su participación en la guerra contra Gadafi da para mucho. En primer lugar, conviene que nos preguntemos, como Julieta a Romeo, qué hay en un nombre. En el de Amanecer de la Odisea, que es como aquí se ha traducido, hay poco y mucho a la vez. Poco, porque, si hacemos caso al portavoz del Departamento de Defensa de EE UU, el rótulo "no tienen ningún significado oculto" y ha sido adoptado por procedimientos semialeatorios a partir de un programa "generador de nombres" de 1975. Dicho programa surgió para acabar mediante procedimientos ideológicamente neutrales con meteduras de pata políticamente incorrectas como las que, por ejemplo, supuso llamar Operation Killer (asesino), a una ofensiva contra Corea del Norte en 1951; u Operation Masher (pasapurés, machacador) a otra contra el Vietcong en 1966. Pero también significa mucho porque, si analizamos el mote, Dawn (amanecer) es también el nombre con el que los anglófonos designan a la aurora, es decir, a la Eos "de rosados dedos" (rododáctila) que cada día acompaña a Odiseo en su viaje de vuelta a Ítaca. La Aurora homérica, condenada por Afrodita a estar perpetuamente enamorada, surge a diario después del lucero del alba con la misión de despejar el camino a su hermano Helios, el Sol. Claro que en Libia los dedos de la Aurora están teñidos de rojo y aún no sabemos bien qué clase de sol saldrá.
En fin. Lo que lamento de veras es que, hasta la fecha, y que yo sepa, el Ministerio de Defensa español no haya acristianado (ya me entienden) su participación en lo de Libia. Sería interesante saber qué habrían puesto (conscientemente o no) en el nombre que le dieran. Les propongo uno: Operación Diablo Cojuelo, en homenaje al diablillo de Vélez de Guevara que observaba desde arriba la vida que transcurría aquí abajo. Al fin y al cabo, "nuestros" F-18 hacen algo parecido. Con un poco más de ruido y furia
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