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Tribuna:OPINIÓN
Tribuna
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Sarkozy, Libia y la diplomacia

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, no dudó en recibir muy pronto en el Palacio del Elíseo a los representantes del movimiento libio de oposición

La historia es sencilla.

No voté por Nicolas Sarkozy.

Salvo en el hipotético y -espero- improbable caso de que en la segunda vuelta de las próximas elecciones presidenciales se enfrentara a Le Pen, como le ocurrió a Chirac, volveré a votar en su contra.

Hace tres años, con enfermeras búlgaras o sin ellas, fui uno de los que denunciaron la pomposa recepción de la que fue objeto Gadafi en París, cuando ya se sabía que era un psicópata y un asesino.

Y ni siquiera voy a mencionar aquí el asunto de los gitanos, ni el debate sobre la identidad nacional, ni la caza furtiva ideológica en el coto del Frente Nacional; tampoco me referiré a los incontables temas en los que, por decirlo suavemente, no estoy de acuerdo con él.

Aún resuenan en mis oídos los testimonios de los ciudadanos de Bengasi que me narraron los horrores del régimen
Espero ver a Libia liberada de esa banda de Nerones analfabetos que lo ensangrientan impunemente

Sin embargo...

Estoy en Libia.

Aún tengo ante los ojos la imagen de esos insurgentes que nunca antes habían tenido un arma en las manos y ahora se dirigen al frente, donde les esperan los mercenarios y los aviones de un régimen que se dice dispuesto a ahogar a su propio país -sic- en un río de sangre.

Aún resuenan en mis oídos los testimonios de los ciudadanos de Bengasi que, durante cinco días, me narraron los horrores del régimen, de sus prisiones y sus centros de tortura subterráneos; aún escucho las palabras de Abdul Hafiz Gogha, portavoz del Consejo Nacional de Transición, las de Mustafá Abdel Jalil, su presidente, las de sus asistentes y comandantes, que se desesperan ante las dilaciones de la comunidad internacional.

Impotente ante tanta angustia, llamo a la desesperada al presidente de mi país y le digo que hay una cosa, una al menos, tal vez la única, que una gran democracia podría hacer y consistiría en recibir a Abdel Jalil o a Gogha, o a cualquiera de sus emisarios, y decirles: "Gadafi ya no es digno de representar a su país; solo ustedes, los representantes de La Comuna Libre de Bengasi, tienen ahora la legitimidad y el derecho de hacerlo".

Y resulta que, inmediatamente, el presidente de la República tiene el reflejo adecuado -no es un cálculo, no, sino un reflejo, uno de esos reflejos instintivos que, lo mismo que el cálculo o la táctica, son la materia prima de la política-. Resulta que tiene el mismo tipo de reacción que François Mitterrand el día en que, en unas circunstancias trágicamente similares, con Bosnia en llamas, lo llamé desde Sarajevo para anunciarle que le llevaba al presidente bosnio Izetbegovic. Como digo, resulta que el presidente Sarkozy tiene el reflejo adecuado y responde que recibirá a mis amigos sin dudarlo, en la fecha que elijan, y que esa recepción equivaldrá a un reconocimiento oficial.

Como todo el mundo sabe, este acontecimiento tuvo lugar la mañana del 10 de marzo, con todos los honores, en ese Palacio del Elíseo que para ellos, lo sé, simboliza la democracia y los derechos humanos.

Evidentemente, ese día, el presidente de la República no habló de "bombardear Libia", como escribieron algunos comentaristas apresurados.

Por el contrario, no dejó de insistir en el hecho de que la revolución libia solo pueden hacerla los propios libios y, de pasada, expresó su oposición a cualquier operación conducida bajo la bandera de la OTAN.

Sin embargo, se comprometió a poner todos los medios para convencer a sus socios de ayudar al Consejo Nacional de Transición y, a petición expresa de este, neutralizar los aviones con los que Gadafi ametralla a las columnas de la libertad libia y, si se tercia, a los manifestantes desarmados.

Todos sabemos que, después, el presidente francés, secundado por el primer ministro británico, supo imponerse a las argucias jurídico-timoratas, las tergiversaciones y la cobardía de unos y otros.

Todos sabemos que la idea de la zona de exclusión aérea quedó ampliamente superada por la actualidad y por el avance, hasta mediados de esta semana, de los perros de la guerra de Gadafi; y sabemos además que la resolución aprobada el jueves por la noche por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas es mucho más ambiciosa de lo que se preveía en principio.

Y yo sé que ahora mismo me siento orgulloso de mi país y que esto no me ocurría desde el 16 de mayo de 2007.

¿Nicolas Sarkozy se ha abstenido de informar a uno u otro de sus ministros, como repiten incansablemente los maniáticos del protocolo?

Lo ignoro, pero lo menos que puedo decir es que, estrictamente hablando, eso no tiene la menor importancia. Solo espero ver lo antes posible a Libia liberada de esa banda de Nerones analfabetos que se han adueñado del país y lo han ensangrentado impunemente durante tanto tiempo.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

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