Ceguera israelí
Netanyahu no podrá mantener su prepotencia en el nuevo escenario árabe que se dibuja
Israel parece dar por hecho que nada sustancial va a cambiar en sus relaciones con los palestinos, y los árabes en general. Solo desde ese empecinado punto de vista puede entenderse que el primer ministro Netanyahu responda al asesinato de una familia de colonos judíos en la Cisjordania ocupada -que atribuye a terroristas palestinos y por el cual el presidente Mahmud Abbas ha mostrado públicamente su horror- con una autorización para edificar cientos de nuevas viviendas en la zona.
La imparable e ilegal colonización de Cisjordania es el principal impedimento a la negociación entre palestinos e israelíes. Abbas ha hecho de ello cuestión previa a cualquier entendimiento y Barack Obama fracasó rotundamente el año pasado en su intento de reconducir a la razón a su aliado privilegiado en Oriente Próximo. Washington, que vetó recientemente en el Consejo de Seguridad una moción palestina para condenar a Israel por negarse a detener los asentamientos, ha acabado por sumergir su papel mediador en el conflicto.
Netanyahu, con dos años de mandato por delante y un poderoso lobby en el Congreso estadounidense, actúa como si nada pudiera doblegar su intransigencia y la aplicación sistemática del ojo por ojo como única estrategia política. Pero una democratización progresiva del mundo árabe, como la que apunta, alterará necesariamente un statu quo regional que parecía inamovible. Cuando los dirigentes de algunos relevantes países vecinos tengan que responder ante sus compatriotas de su política hacia Israel, esta se crispará inevitablemente si, como sucede ahora, el Gobierno judío se limita a dar otra vuelta de tuerca en su arbitrariedad opresora sobre los palestinos cada vez que algo no sale a su gusto. Y EE UU, el de Obama o el de su sucesor, habrá de pagar un precio más alto por su fidelidad a Israel en un escenario como el que se dibuja.
Las revueltas árabes por la libertad ponen en duda el argumento supremo que ha permitido a sucesivos Gobiernos judíos, como único poder democrático regional, justificar muchas de sus acciones injustificables en aras de su condición de exclusivo defensor de los valores occidentales en una zona geopolíticamente crítica. Con la progresiva agonía de esa coartada, los intereses del pueblo israelí estarían mucho mejor servidos si sus gobernantes reorientaran su política hacia un mundo afortunadamente en cambio.
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