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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Pagar por las palabras

Diego A. Manrique

Coincidí con el productor Joe Boyd en el funeral de Mario Pacheco. Boyd había sido mentor de Mario en sus primeros pasos por el mundo de las discográficas independientes y colaboraron, entre otras aventuras, en el proyecto Shongai; en los últimos tiempos de Pacheco, le visitó regularmente para animarle y recoger su sabiduría sobre el flamenco evolucionado, que Boyd desea incluir en un próximo libro sobre la world music.

Boyd adelantó algo que me provocó envidia. Ya saben que es el autor de Blancas bicicletas, un apasionante tomo que explica sus experiencias como productor y promotor durante los sesenta. Aunque el libro salió en 2006, todavía tiene recorrido. Me explicó Boyd que, en 2011, visitaría Estados Unidos y Canadá, para hacer nuevas lecturas del texto y encuentros con el público. En plan speaker profesional: con caché, con promoción, con entradas. Como si se tratara de un concierto.

Impresiona la seriedad con que son tratados los autores en el mundo anglosajón

Siempre me ha impresionado la seriedad con que son tratados los autores en el mundo anglosajón. El lector puede acudir a conferencias de escritores reconocidos y asume que debe pagar por el privilegio. Y no hablo de stand-up comedy o híbridos tipo spoken word: simplemente, alguien hablando. Se puede incluso convertir en la principal fuente de ingresos. Otro conocido, Howard Marks, escribió en 1996 sus memorias sobre su etapa como traficante de cannabis, Mr. Nice. Desde entonces, se desenvuelve en la legalidad: hace giras, extensas giras tipo rock star, donde evoca sus experiencias. Y vive de ello.

Por lo que sé, se trata de una particularidad exclusiva de los países anglosajones. Hace muchos años, me entrevistaron para un reportaje radiofónico que preparaba la CBC, el equivalente canadiense de la BBC. Unos meses después, recibí un talón por una modesta cantidad de dólares canadienses. Era, me explicaron, la valoración por mi intervención -medida al segundo- en el programa finalmente emitido. Al invitado se le compensa por la misma razón que se paga al reportero. Mi pasmo fue monumental.

Un inciso gremial: siempre recuerdo el modelo de la CBC cuando me topo con esa variedad del periodismo radiofónico made in Spain que podríamos denominar como "que hable el especialista": una llamada imperiosa, a veces a horas intempestivas, donde te suelen encajar con calzador en un discurso simplón; tienes la incómoda sensación de que realmente no te escuchan, que formas parte del ruido de fondo; todo se salda con un "adiós y hasta la próxima".

Vuelvo a la iniciativa de Joe Boyd. En realidad, su gira norteamericana no corresponde al concepto de one man show: sale al escenario acompañado por Robyn Hitchcock, fundador de los Soft Boys y cantautor erudito. Boyd lee páginas de Bicicletas blancas y Hitchcock lo ilustra tocando joyas de artistas con los que Joe trabajó -Nick Drake, Fairport Convention, Pink Floyd- y clásicas de los sesenta.

Contado así, suena artificioso. Sin embargo, ocurre que Robin es un músico dicharachero, nada que ver con ese prototipo de rockero español que actúa convencido de que Hacienda le cobrara por cada palabra que pronuncie sin música detrás. Así que Robin añade anécdotas y pincha a Boyd para que se aleje del guión e improvise.

El montaje es de bajo presupuesto pero funciona, por lo que se puede ver en YouTube. Ojo, la conexión con el público no es algo que esté garantizado. Hace un par de años, Roger McGuinn pasó por España con su one man show. Se trata de alguien a quién venero y el programa era irresistible: prometía un recorrido por sus inicios como folkie, el impacto de los Beatles, la definición del folk-rock por los Byrds, la época psicodélica, la tentación del country, etc. Con narración y canciones.

Me temo que aquello no despegó. Más que el tono envarado del artista, el error fue la cabezonería de la señora McGuinn, que ejercía de manager inapelable e insistió en mantener bajito el volumen de las guitarras de Roger. Estábamos en un antiguo teatro -el Joy Eslava madrileño» y ella se empeñó en tratarlo como si fuera un diminuto folk club. Ya es bastante arriesgado pretender reproducir el poderío de uno de los más grandiosos grupos de rock con una sola Rickenbacker y Camilla McGuinn se empeñó en reducirlo a sonido de fiesta parroquial.

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