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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Enemigo: la opinión pública

Soledad Gallego-Díaz

Bradley Manning, el soldado al que se acusa de haber filtrado información confidencial sobre el Departamento de Estado y sobre las guerras de Afganistán y de Irak (incluido el vídeo en el que se aprecia cómo se ametralla desde un helicóptero a varios civiles desarmados), permanece detenido desde julio de 2010 en la base de los marines de Quantico (Virginia), sin que nadie parezca escandalizado por las condiciones, extraordinariamente duras, de su encarcelamiento ni el riesgo de que sea condenado a 54 años de prisión.

Manning está aislado 23 horas al día en una celda en la que no puede hacer ejercicio físico; solo puede comunicarse con alguien tres horas a la semana y, debido, según su abogado, a que hizo un comentario sarcástico a sus carceleros, se le ha sometido a rituales humillantes, como obligarle a permanecer desnudo siete horas al día. Los responsables de la cárcel aseguran que ese es el tratamiento "normal" para alguien que puede tener tendencias suicidas, algo que su abogado niega y que en todo caso obligaría, se supone, a aliviar antes las feroces condiciones de aislamiento que a desnudarle.

Bradley Manning no ayudó al enemigo, sino a la opinión pública mundial, y no se merece nuestro olvido ni el trato recibido

No se sabe bien cuáles fueron los motivos que llevaron al joven soldado Manning, de 23 años, natural de Oklahoma, relacionado con algunas comunidades de hackers a través de un antiguo novio, a filtrar esos documentos confidenciales y a quebrar la disciplina militar, si es que realmente él fue el responsable de enviar esa documentación a WikiLeaks. Se comprende que la Administración norteamericana desee someterle a juicio, pero tanto el número de delitos de los que se le acusa como las condiciones de su detención deberían provocar la indignación de los defensores de los derechos humanos y la vergüenza de sus guardianes.

Manning habrá cometido seguramente algún delito, pero de su conducta no se han derivado muertes ni perjuicios que no compensen los beneficios que también ha acarreado. La información difundida gracias a este joven militar ha permitido restablecer la verdad en muchos casos de engaño y embuste a los que se sometió a los ciudadanos, no por motivos de seguridad nacional, ni mucho menos, sino por la comodidad personal y seguridad de los propios responsables de los hechos denunciados.

¿Se supone que Bradley Manning debe ser condenado a una pena muy superior a la que se merecen los militares que ametrallaron, impunemente, a la población civil? Eso es lo que va a suceder, si sigue adelante la acusación de "colaboración con el enemigo". ¿Quién es el "enemigo" al que el soldado entregó el vídeo del ametrallamiento desde el helicóptero? ¿Los rebeldes afganos o iraquíes, que evidentemente ya sabían lo que había ocurrido, sin necesidad de WikiLeaks, o la opinión pública norteamericana, a la que se había negado oficialmente que algo así hubiera sucedido? ¿Salieron a descubrir al enemigo y se encontraron que eran ellos mismos, parafraseando la famosa tira cómica de un conocido dibujante de Estados Unidos?

Robert McNamara, responsable de la escalada en la guerra de Vietnam, conocida gracias a los llamados Papeles del Pentágono, reconoció al final de su vida que la filtración de aquellos documentos no había supuesto un peligro para la seguridad nacional, sino que había sido algo muy "incómodo y molesto". "La verdad es que tomamos las decisiones que tomamos de acuerdo con lo que creíamos que eran los principios y la tradición de este país. Sin embargo, estábamos equivocados, terriblemente equivocados, y les debemos una explicación a las generaciones futuras", confesó. Los papeles filtrados por el soldado Bradley ayudarán a generaciones futuras a entender qué pasó en las guerras de Irak y Afganistán y cómo funcionaba el mundo en aquellos años. Nunca ayudó al enemigo, sino a la opinión pública norteamericana y mundial, y no se merece nuestro olvido ni el trato cruel al que se le está sometiendo. -

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