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Columna
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¿Diplomacia catalana?

Cuando, el pasado 1 de marzo, el portavoz del Gobierno de la Generalitat anunció en rueda de prensa que el Consell Executiu acababa de nombrar al señor Senén Florensa Palau secretario general de Asuntos Exteriores, al señor Juan Prat y Coll delegado ante la Unión Europea, etcétera, el portavoz, Francesc Homs, quiso realzar la importancia de la noticia subrayando que los designados iban a ser "los representantes de la diplomacia catalana en el mundo...". De la diplomacia, pase; pero ¿catalana?

Con la investidura de estos nuevos responsables en el área de Exteriores de su Ejecutivo, cabe entender que el presidente Mas ha querido reemplazar el amateurismo o el autodidactismo por la profesionalidad. Es un propósito muy juicioso, y sería digno de todo encomio si hablásemos de un ámbito puramente técnico, libre de carga político-ideológica. Pero no es el caso: las relaciones internacionales de un país sin Estado propio como Cataluña no exigen solo oficio, sino también intencionalidad. Un embajador danés no la necesita, porque todo el mundo sabe qué es Dinamarca; un representante catalán, en cambio, debe proyectar la imagen de Cataluña en ambientes dominados por el desconocimiento o el prejuicio hostil, y la imagen que proyecte puede ser la de una nación europea o la de una comunidad autónoma española. ¿Por cuál de las dos opciones se decantarán los señores Florensa y Prat?

El diplomático español está formado para defender los intereses de una España concebida en términos unitarios

Probablemente, el presidente Artur Mas estaba en lo cierto cuando, el otro día, aseveró que su nuevo delegado ante la UE, Juan Prat, "no es del PP". Si mis recuerdos de una cena en el Grand Sablon de Bruselas, a principios de octubre de 2003, entre el entonces embajador de España ante la OTAN y un grupo de articulistas barceloneses, si esos recuerdos no me engañan, el señor Prat se presentó como un profesional del servicio exterior algo quejoso del trato recibido durante los últimos gobiernos de Felipe González, y agradecido en cambio a José María Aznar por haberle confiado el importante puesto que a la sazón ocupaba. Así las cosas, no hay por qué dudar de que la lealtad y la gratitud de entonces hacia Aznar y el PP sean transferibles ahora a Mas y a CiU.

El problema no es de lealtades, sino de convicciones y de mentalidades, de cultura corporativa si lo prefieren. El diplomático español de carrera -haya nacido en Barcelona o en Madrid, en Valls o en Medina del Campo- ha sido formado desde su ingreso en la Escuela Diplomática para defender en el mundo los intereses de una España concebida en términos reciamente unitarios, una España cuyo gran vehículo es la lengua castellana, dentro de una cosmovisión en la que los únicos actores que cuentan son los Estados y las organizaciones internacionales, no entidades subestatales con ínfulas de ser el cantón de Cartagena. Ese diplomático cultiva el espíritu de cuerpo, se mueve en un ambiente endogámico y, si coyunturalmente puede aceptar un cargo autonómico en comisión de servicio, sabe que un día u otro regresará a la carrera, con la que por nada del mundo quiere entrar en conflicto.

Permítanme ilustrarlo con un ejemplo de lo más pertinente: los casi cinco años (2006-2011) que el hoy flamante secretario de Exteriores, Senén Florensa, ha ejercido como director del Instituto Europeo del Mediterráneo (Iemed). Como saben, este organismo fue creado en 1989 por Jordi Pujol para dotar a la Generalitat de una proyección mediterránea propia y, durante el pasado cuatrienio, dependía en último término de la autoridad política del vicepresidente Carod Rovira, responsable de las relaciones internacionales en el segundo tripartito. Bien, pues pese a ello el señor Florensa redujo el Iemed a un dócil instrumento de los intereses e incluso de las filias y fobias del Ministerio de Asuntos Exteriores español, y a menudo lo hizo aparecer como una mera sucursal de Casa Árabe de Madrid, con un enfoque absolutamente sesgado y unilateral de los conflictos en la orilla sur del Mediterráneo.

¿Con estos mimbres quiere tejer Artur Mas una política exterior nacional?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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