La batalla contra el tiempo
Durante décadas miles de bebés en España fueron sustraídos o separados irregularmente de sus padres. Sigue la serie de EL PAÍS sobre este tráfico de niños y ofrece el relato de las víctimas y de quienes participaron en las tramas. | Consulta el especial: Vidas robadas. | Participa en Eskup. ¿Crees que eres un niño robado o conoces a algún caso? Envíanos un correo electrónico.
Julia Manzanal guarda en una cajita un mechón de pelo de su hija, muerta en la cárcel de Amorebieta, y en la memoria, grabados a fuego, los nombres y las caras de los responsables de algunas de las mayores atrocidades cometidas por el Régimen, como el robo de niños. Tiene 95 años.
En las cárceles franquistas que habitó por su condición de roja no solo vio morir a su hija después de una noche interminable pidiendo a gritos que alguna de las monjas que dirigía el penal de Amorebieta trajera medicinas. También presenció, junto a Trinidad Gallego, en cuyos brazos murió su hija, cómo iban desapareciendo los hijos de las presas que luego serían entregados a familias afines al Régimen. Gallego, detenida y violada en 1939 por su condición de enfermera comunista, fue además, comadrona en la cárcel de Ventas. Tiene 97 años y la memoria fresca. "Pero ningún juzgado me ha escuchado" comentaba en mayo de 2009 a este periódico. Hoy, a 9 de marzo de 2011, siguen sin escucharla.
La batalla legal de las familias de niños robados es sobre todo, una batalla contra el tiempo. Los testigos se mueren. El rastro de los desaparecidos se pierde para siempre. Por eso en enero de 2009, el abogado Fernando Magán presentó un escrito ante la Audiencia Nacional con los nombres de Trinidad Gallego y Julia Manzanal, entre otros, para pedir al tribunal que permitiera tomar con urgencia testimonio a los testigos y pruebas de ADN a los familiares de niños robados. La Sala de lo Penal de la Audiencia tardó dos años en responder. Por fin, el pasado 20 de enero el magistrado Enrique López, candidato propuesto por el PP para el Tribunal Constitucional, escribía en un auto: "salvando los avatares procesales" que han rodeado el recurso, "su resolución no requiere de un profundo estudio, ni de extensos razonamientos" y "debe ser desestimado".
Para entonces ya había muerto Agustina Gómez, madre de Paloma, Blanca y un niño que siempre dijo que le habían robado en 1945 en una maternidad de la calle Serrano de Madrid. Había esperado mucho a la justicia. Murió en 2009 a los 101 años. Sus hijas han guardado también un mechón de pelo suyo. "Para poder hacer una prueba de ADN si aparece mi hermano", explicaba Blanca.
Emilia Girón, hermana de uno de los guerrilleros más famosos de España, Manuel Girón, El león del Bierzo, pereció a los 96 años sin haber logrado averiguar nada del niño que le quitaron en un hospital de Salamanca. Marina Álvarez Gutiérrez que buscaba a su hermana, murió con 84 años.
Otros siguen batallando hoy contra el tiempo y la lentitud de la justicia. De hecho, es imposible explicar este movimiento de búsquedas de hijos y hermanos desaparecidos hace 30, 40, 50 o 60 años sin aludir al tesón en la búsqueda, esa terquedad con la que han acudido una y otra vez a la justicia y a la Administración pidiendo ayuda.
Por eso, tras el nuevo revés de la Audiencia Nacional, han pedido amparo al Tribunal Constitucional. Quieren que la voz de los testigos y las muestras genéticas de las víctimas queden registradas antes de que mueran.
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