"Las visitas masivas matan el arte"
Colin Tweedy, director de Arts & Business en Reino Unido, predice el fin de las macroexposiciones porque han enterrado el placer estético
La ley de los prejuicios se caracteriza por su empecinamiento: siempre se estrella contra la realidad. Se podría presumir que Colin Tweedy, atendiendo a lo que figura en su carta de presentación, es un minimalista de lo público y un maximalista del éxito. Verán que no.
Tweedy es un experto tejedor de alianzas entre la empresa y la cultura, ha asesorado a países como Rusia o Sudáfrica en la tarea y es el director general de Arts & Business, un organismo creado en 1976 en Reino Unido siguiendo la estela de lo que David Rockefeller había hecho casi una década antes en Estados Unidos para estimular a los dueños del dinero a invertir en la cultura. El éxito de Arts & Business es evidente: 500 empresas, 1.500 instituciones culturales y 650 millones de libras al año (760 millones de euros) en patrocinios.
"Deberían prohibir las fotos dentro de los museos para poder disfrutar"
"Tiene que existir un equilibrio entre lo estético y lo comercial"
En suma, Tweedy, por su trabajo, podría ser el perfecto devoto del modelo estadounidense de financiación -la cultura pagada por la empresa- frente al latino -la cultura pagada por los gobiernos-. Mero prejuicio. "En los países del sur de Europa se han creado grandes teatros y museos con este modelo que no está condicionado a la voluntad de nadie, es un buen modelo cuando no hay recesión".
Claro que ya no es el caso: en plena gran recesión, la inversión pública destinada a la cultura se desploma con recortes salvajes. Primero ocurrió en Estados Unidos -las finanzas se agujerearon allí antes de descoserse en Europa-, donde las empresas minimizaron sus aportaciones para las artes. En conclusión, y por una vez, Tweedy defiende lo suyo: "Lo británico no siempre es lo mejor, pero en esta ocasión está sufriendo menos al ser un modelo donde el 50% procede del Estado y el otro 50% del sector privado". De la crisis, unos y otros saldrán distintos a cómo han entrado. "Todo el mundo se mueve hacia un nuevo modelo", asegura.
El jueves dio una conferencia en el IESE, de la Universidad de Navarra en Madrid, para hablar de la participación empresarial en la financiación de las artes. Antes, en una entrevista, dejó clara la premisa filosófica sobre la que se sustenta la simbiosis: el patrocinador no es un mero pagador de anuncios si no una entidad implicada en el proyecto cultural. "Tiene que haber un límite entre lo estético y lo comercial, las buenas empresas pondrán ellas mismas los límites. Poner un anuncio de Coca-Cola en un palacio de Venecia no es patrocinio, es pagar por un anuncio", distingue.
La pugna por precisar este territorio difuso surgirá cada vez más a menudo, dado que instituciones sagradas están mirando a poderosas marcas para tapar agujeros. Chanel número 5 se anuncia sobre la fachada del Museo d'Orsay en París, las joyas de Bulgari han enmarcado el puente de los Suspiros de Venecia y el palacio de Versalles ha planeado abrir dos hoteles con lujos para paladares maría antonieta y precios para decapitar fortunas. "La relación entre el dinero y la cultura es histórica, siempre han estado juntos y, a menudo, en tensión", dice Tweedy, antes de recordar que el papa Julio II instruyó a Miguel Ángel para pintar la Capilla Sixtina.
No todo vale pues para tener dinero para la cultura, según Tweedy, que pertenece entre otros al patronato de la Serpentine Gallery. Y tampoco hay que buscar el éxito a cualquier precio. "El modelo blockbuster [exposiciones que atraen masas] mata el arte, no es la manera adecuada de ver a los grandes artistas. En los próximos cinco años los museos dejarán de hacer esas exposiciones porque dan muchos problemas, también de seguridad. El blockbuster es un modelo antiguo, los creadores de cultura tienen que pensar de manera diferente", plantea.
Colin Tweedy compara dos experiencias recientes. Una placentera en el Metropolitan, donde disfrutó de una pequeña exposición de armaduras históricas, que contrasta con la de Gauguin en la Tate, "que no gustó a nadie porque nadie pudo verla y tenía las entradas vendidas desde el primer día". El gestor defiende una vuelta al disfrute estético en el encuentro con el arte, aunque eso signifique reducir el público o tomar medidas impopulares, como la prohibición de fotos en el interior de los museos.
¿Es un defensor de una cultura elitista? No. Colin Tweedy cree que pueden aprovecharse las nuevas tecnologías para difundir el arte a lo grande y que se deben atraer nuevos públicos con múltiples medidas. Algunas de sentido común: "¿Por qué los museos cierran cuando la gente sale del trabajo?".
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