Los límites de la diversión
Con cierta sorpresa y contrición compruebo los ecos que han suscitado unas palabras mías durante una entrevista en Tele 5. Fue en el programa matutino de Concha García Campoy y la entrevista giró en torno a la posible legalización de Sortu. Yo defendí que los herederos de Batasuna deben condenar explícitamente aquellos atentados que no rechazaron en su día y por causa de lo cual fueron ilegalizados. Y también sostuve que ha sido la tenacidad de quienes entonces no se doblegaron a la presión terrorista, en lugar de ceder a las tentaciones dialogantes y otras componendas, lo que finalmente han puesto a los servicios auxiliares de ETA y a la propia banda delincuente de espaldas a la pared. Después, la entrevistadora me preguntó por lo que yo mismo había pasado durante ese largo combate.
Queriendo quitarle importancia, y por lo que veo muy torpemente, le dije que yo, en lo personal, había recibido estímulo de la necesidad de luchar contra el terrorismo, lo mismo que en el pasado me sentí más joven y útil por enfrentarme a la dictadura franquista. Que había sufrido por tantos amigos perdidos y tanto dolor al que había asistido, pero que personalmente hasta me había divertido enfrentándome a los aprendices de tiranos. Evidentemente, la palabra "diversión", subrayada fuera de contexto como veo que han hecho algunos, puede dar una impresión muy equivocada del sentido de mis palabras. En cualquier caso, mea culpa. Aunque la diversión a la que yo aludía es aquella a que se refiere irónicamente John Donne cuando dice: "Nadie duerme en el carro que le lleva al patíbulo".
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