Entre la risa y el miedo
Nadie como Cascos para ejemplificar que el hombre es una pasión inútil (Sartre dixit). Francisco Álvarez nos recuerda inevitablemente a Fraga, otro de esos próceres de la patria que arrancaba teléfonos y cesaba a sus colaboradores con el ímpetu del que fusila a un adversario (o a un competidor). No hay fotografía de Cascos en la que no dé risa o miedo, o miedo y risa al mismo tiempo. Jamás habíamos visto ésta, con la que nos encontramos al pasar la página del periódico como el que al doblar una esquina tropieza con un fantasma del pasado. Cascos (por la acreditación) debe de estar en un congreso del PP defendiendo algo en lo que cree profundamente (quizá en la necesidad de abolir el divorcio). Toda su creencia, sea cual sea, aparece concentrada en su rostro, en sus puños, en su cuello de toro, en su nariz de púgil, en esa mirada que escupe por el ojo izquierdo y que parece una lámina de acero hirviendo recién salida del horno. Ahí lo tienen, con todo su cuerpo al servicio de una verdad que sus ex compañeros de partido escuchan lógicamente acojonados. Cascos da miedo (y risa) no tanto por aquello en lo que cree como por su modo de creerlo. Y es que este hombre, según sus propios camaradas, predica la buena nueva a golpe de una motosierra a la que ha llegado, como algunos heterodoxos, sin pasar por el bisturí. Ahora habla de Asturias en plan abertzale. Dice que es un país que debe recuperar el orgullo de ser asturiano, que es como si usted o yo recuperáramos el orgullo de tener cinco dedos en cada mano. Pasiones inútiles, en fin, que mueven, increíblemente, el mundo.
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