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Columna
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Estupor de Rosa

Juan Cruz

Los anglosajones de la BBC se educaron en el ejercicio que le gustaba a Buster Keaton: no asombrarse por nada, vivir sin estupor incluso aquello que más les asustara. Poner cara de palo. Hemos vivido aquí la noche en que se tenía que haber ido Mubarak el caso contrario, y es muy estimulante para el que ve la tele, y para que el vive mirando lo que otros cuentan que pasa. Lo protagonizó Rosa Molló, la excelente periodista de TVE. Ella había vivido la tensión previa, "desde el día menos dos" de la revolución de las plazas de El Cairo. Y cuando Mubarak terminó de decir su discurso hueco, desde una cámara kafkiana que le evitaba saber qué pasaba con él, fue convocada por Vicente Vallés a contar en 24 Horas la impresión del momento.

Ella venía de un día agitado; se veía en los surcos de su cara, en el sudor de la frente, en la visión acongojada de sus ojos; lo que quería contar podía haberlo dicho sin pronunciar una sola palabra: estaba en su rostro asustado, perplejo, lleno de la extrañeza que cubrió la plaza cuando este gran simulador que es Mubarak declaró que iba a perseguir a los culpables y que se quedaba allí, en la alfombra rota de su poder omnímodo.

La periodista expresaba estupor y miedo; le dijo a Vallés que no tenía ni idea de lo que iba a pasar. En contraste con los que, dotados de micrófono, pontificamos sobre el futuro como si ya lo hubiéramos visto, Rosa Molló tuvo a bien sacudirse el velo que todo periodista lleva a modo de adivino y dijo que no tenía ni idea, aunque se temía lo peor. "Ojalá", dijo, "me equivoque". Se equivocó, pero su prudencia le llevó a hacer lo adecuado. Decir que no sabía.

A veces escuchar estas cosas en la tele te reconcilian como telespectador: que el estupor que se vive en el lugar desde el que te dan las noticias sea también parte del rostro de quien te las cuenta es un elemento no tan frecuente en las ondas. Recuerdo ahora el legendario momento de Alejo García contando en Radio Nacional que ya era legal el Partido Comunista. No era pavor, era cansancio entonces, porque Alejo tuvo que subir corriendo las escalinatas de la emisora hasta que se situó delante del micrófono. Pero su jadeo parecía el fin de una incertidumbre popular. En este caso, Rosa Molló, con su estupor, hizo la crónica de un sentimiento; y valía su cara tanto o más que sus palabras atropelladas por el susto. La realidad, ahora, le ha puesto alivio a su cara.

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