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Columna
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Mamá, yo no quiero ser juez

Les ahorro la explicación del titular, tan obvia que sería pecar de soberbia intentar siquiera objetivarla. Fue el primer refrán machista de la historia, que luego tuvo excesivos herederos hasta la actualidad. Pero se le perdió el machismo de tanto usarlo y se convirtió en una muletilla explicativa sin origen y sin futuro. Vamos al grano: el César, en este caso, es ETA, que es la que ha mandado en el mundo de la supuesta izquierda, y quizás abertzale. Que se sepa, en muchas décadas de su histeria -no es una errata- a ese contorno no se le reconoce ninguna acción de izquierdas, entregada en exclusiva a la causa abertzale, como si eso en sí mismo implicara el viejo izquierdismo. Vamos, como si ser nacionalista radical, por definición, significara ser un izquierdista con pedigrí. Falta de lectura. El César, ya se sabe, no tiende a pensar en Roma, sino a quemarla.

La mujer del César tenía un papel secundario. Podía enfrentarse a él o animarle en sus desatinos. El problema de HB -volvamos al origen- era secundar, ocultar, transparentar, ennegrecer, olvidar, etcétera, los dictados del César. Asustados o cómplices, desvaídos o desvariados, un poco mucho de todo, perdidos siempre, dicen ahora haber reencontrado el camino de piedras amarillas.

Recién leí, que dicen los mexicanos, que un juez sin nombre y apellidos aseguraba que el tema de la legalización o ilegalización de Sortu era un tema jurídico apasionante. Sinceramente, señor X, no le alabo el gusto. Sería apasionante si se limitara a la técnica jurídica, pero me temo que lo que la política les exige es una interpretación más moral, hermenéutica, política y/o visceral de lo que solo son unos estatutos polítcos.

Sortu podrá ser sospechoso para los partidos, para las víctimas, para los ciudadanos, pero nunca un juez, que se precie, podrá juzgar su sinceridad, porque no hay pruebas, porque su infidelidad democrática se basa en la historia pasada y está por ver la venida o la sobrevenida. Bien es cierto que los actores tienen demasiados latigazos -no confundir con latiguillos-, pero nunca un juez debería juzgar lo que cree que va a pasar, salvo en previsión de fuga, que no es el caso.

No creo en Batasuna porque, como Dios, no me ha dado motivos para ello. Ni a mí ni a nadie. Pero sí creo que los problemas de la supuesta izquierda -que venga Marx y lo vea- abertzale -Sabino sí lo vería- no son con la justicia española, sino con el sanedrín de ETA. En esta nuestra comunidad, me gustaría que los jueces no jugaran a exégetas, que los partidos no echaran cálculos parlamentarios y Sortu creciera en contra de ETA, más allá de los debates lingüísticos. Y, si fallan, la ley de la democracia: el que no cabe, al arcén, retirada del carnet y cárcel, si hace falta.

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