De desconfiado a expectante
Hay dos claves muy distintas en la primera visita de Artur Mas como nuevo presidente de la Generalitat a La Moncloa para entrevistarse con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Una es la relativa a la coyuntura inmediata, dominada por las urgencias presupuestarias, las devastadoras consecuencias de la crisis económica en los ingresos de la Generalitat. La otra es determinar el modelo de relaciones entre ambos para lo que resta de legislatura.
Mas consideró positivo el desbloqueo de fondos a corto plazo y la perspectiva abierta para emitir deudas a medio o largo. Y esto contribuye, claro está, a que pueda producirse un mejor abordaje de los demás asuntos pendientes.
La otra clave es de más compleja evaluación. El modelo de relaciones del Gobierno de la Generalitat con el de España durante la presidencia de Jordi Pujol se basaba en la relación de fuerza existente en las Cortes entre el grupo de la mayoría y el de CiU. El grupo parlamentario de CiU se convertía en la pieza clave de estas relaciones si el Gobierno español de turno, tanto da que fuera del PSOE como del PP, necesitaba sus votos en el Congreso y el Senado. A cambio, esos mismos Gobiernos españoles se mostraban más o menos receptivos a las necesidades o demandas de la Generalitat. Era una relación de toma y daca, que, a menudo, fue duramente criticada y descalificada por los demás partidos como mero mercadeo de votos por dinero.
El primer encuentro entre Mas y Zapatero resuelve angustias económicas pero no aclara el futuro
La vigente relación de fuerzas en las Cortes facilita el retorno a este modelo. Es el preferido por el Gobierno español, que anda muy necesitado de votos en las Cortes. El apoyo de los diputados de CiU es ahora decisivo y tanto el PP como la izquierda les han acusado de haber salvado al presidente Zapatero en situaciones tan críticas como en la aprobación de reformas económicas.
En el modelo de relaciones que establecer entre Mas y Zapatero para el resto de la legislatura pesa también mucho. Sin embargo, la resolución, o por lo menos la relativización, del conflicto abierto entre ambos políticos a raíz de la formación del segundo Gobierno de la izquierda en Cataluña, el que en 2006 llevó a José Montilla a la presidencia de la Generalitat. Mas acusó entonces a Zapatero de incumplir el compromiso tomado un año antes con él durante la negociación del Estatuto de Autonomía de favorecer la llegada a la presidencia de la Generalitat del líder de CiU si los nacionalistas eran la fuerza más votada. Lo fueron, pero la izquierda sumó más diputados y Mas quedó en la oposición.
Mas no se recató desde entonces de proclamar una y otra que había dejado de confiar en Zapatero, no solo en términos políticos, sino también en términos personales. Ahora todo es distinto y una vez alcanzada la presidencia, Artur Mas ha intentado dejar atrás los múltiples sinsabores vividos en los años de travesía del desierto. Y si bien los políticos con responsabilidades a su cargo saben dejar aparte casi siempre sus cuitas personales, las heridas en su amor propio y los desengaños sufridos, lo cierto es que la existencia o no de una buena relación entre presidentes obligados a negociar constantemente es un factor de primera magnitud.
Pues bien, Mas reconoció ayer tras la entrevista con Zapatero la persistencia de su desconfianza personal en él. Proclamó su voluntad política de juzgar las relaciones entre ambos por los resultados. Y luego se remitió al futuro próximo, en lo que resultó un mensaje tanto para el PSOE como para el PP: la principal apuesta política del Gobierno de CiU, la propuesta de pacto fiscal para Cataluña, se jugará con el Gobierno de España que surja de las elecciones legislativas de 2012. Entretanto, definió su actitud actual como expectante.
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