El nombre es nuevo. El fenómeno, un clásico. ¿O no regalaron Mark Twain, Charles Dickens, las hermanas Brontë, Lewis Carroll, Alejandro Dumas o Jane Austen libros que rompieron fronteras entre generaciones de lectores?
En esa eterna retroalimentación de las artes, hubo un tiempo en que el cine le debía su cuota de influencia al teatro, a la música, a la ópera. Ahora es al revés. La ópera, en esta crucial lucha que mantiene por la espectacularidad escénica y en contra del anacronismo, le va debiendo sus cuentas al cine y al mundo de Internet.